En poco tiempo, la parca siniestra llamó a su puerta y lo arrebató con un golpe certero. Una patología perversa y silenciosa lo maltrató en una brevedad pasmosa hasta ese inevitable punto final. Gaspar Arrieta, joven de espíritu y sentimiento, se alejó de este valle lacrimoso y se fue hacia ese territorio del más allá dejando una huella indeleble entre sus próximos y en su enclave querido de Pola de Laviana y alfoz.

Y los deportes al aire libre como el montañismo y el esquí en estos contornos del alto Nalón no fueron lo mismo sin el apoyo y la orientación de Gaspar Arrieta. Con su estilo y sabiduría fortaleció estas disciplinas y aunó criterios para su desarrollo, especialmente el esquí en el Puerto de Tarna, ese espacio silente y de futuro para la disciplina de fondo que tanto practicó y enseñó a varias generaciones de entusiastas. La pena ha sido que todas esas enseñanzas quedaron un poco limitadas por la falta de infraestructuras adecuadas para la práctica idónea del esquí en sus variadas modalidades. El puerto de Tarna y el Grupo de Montaña y Esquí Virgen del Otero le deben mucho al bueno y sencillo de Gaspar, lo mismo que el pionero grupo de Montaña Peña Mea, donde realizó sus primeras andanzas por las montañas locales y regionales demostrando junto a Eloy Coto que eran unos montañeros de raza y unos esquiadores de altura casi insuperables por sus condiciones morfológicas y pasionales. En el tanatorio, atiborrado de amigos y afectos, Eloy Coto estaba apesadumbrado y en unos momentos se acercaron en montonera los tristes recuerdos por la falta de su hermano José Coto y Armandín Muñiz, íntimos de Gaspar y perfectos confidentes de andanzas y gustos. Los tres ya están unidos por la obligada muerte en un destino escogido para los justos y los grandes actores de este mundo terreno.

Gaspar se fue en silencio, sin apenas ruido, cuando nadie lo esperaba y todos le daban infinidad de días felices en compañía de su estimada Cheché y su hija Mercedes, pero la vida está conformada de situaciones anómalas, imprevisibles y golpes fatales que nos convierten en perfectos mortales y seres desvalidos e impotentes. Y la mala suerte se cebó con este lavianés ejerciente y disciplinado que en lo mejor de su existencia los malos hados lo acecharon y actuaron con feroz despropósito para destrozar cualquier atisbo de ventura y gozo. Y Gaspar con su muerte, sin duda alguna que pervivirá en la memoria de muchos con ese halo de gloria parecido al de los héroes de la mitología griega. Vivió con saludable fuerza, realizó con perfección sus aficiones deportivas, uno de los mejor dotados esquiadores de la región, hizo de su trabajo una forma de ser, disfrutó con su familia y sus amigos de las cosas sencillas y atrayentes y se empeñó en ser un hombre bueno y nuevo ante las adversidades vitales.

Los héroes de Grecia están muertos, como Gaspar, pero perviven en los mitos y algunos reciben culto en sus santuarios y sus tumbas. Y como premio a sus hazañas terrenas, a buen seguro que a este olímpico local, los dioses le concederán un feliz destino tras la muerte y será trasladado, en alma al menos, a ese paraíso llamado la Isla de los Bienaventurados o a los Campos Elíseos. Su naturaleza humana lo exige.