Cuántas veces habremos oído o dicho que «la excepción confirma la regla». Un refrán paradójico que se propagó a partir de la errónea traducción de un aforismo latino, en el que se decía que la excepción no confirma la regla, sino que la pone a prueba y puede llegar a invalidarla. Este es uno de los miles ejemplos que muestra el poder de las fórmulas aprendidas. Desde la niñez vivimos inmersos en una maraña de lugares comunes, que son la primera y más fuerte realidad con que nos encontramos para desenvolvernos socialmente. En su célebre «Diccionario de las ideas recibidas», Flaubert pretende demostrar que el mundo que nos rodea no está construido con realidades, sino con tópicos: el ser humano se orienta en el mundo a través de conceptos que raramente cuestiona.

Y precisamente para establecer un límite entre esos clichés heredados y el pensamiento consciente escribió Aurelio Arteta su último ensayo «Tantos tontos tópicos» (Ariel, 2012). Catedrático de Filosofía Moral en la Universidad del País Vasco, es autor de varias obras de contenido ético y político, entre ellas, «Ensayo sobre la admiración moral», «La compasión. Apología de una virtud bajo sospecha», «Mal consentido. La complicidad del espectador indiferente».

Arteta ha seleccionado en su última obra una serie de los que él llama tópicos prácticos, o sea, morales y políticos, porque son los que más influyen en nuestra vida diaria. Y explica que los tópicos existen porque resultan cómodos. Una de sus principales funciones sería la de adaptarse «a lo que se lleva», a lo políticamente correcto, sustituyendo de este modo la reflexión, el debate, la crítica razonada por el presunto acuerdo unánime. La ideología que subyace bajo el conformismo de las frases hechas es el nihilismo. Y uno de los rasgos más relevantes de nuestro tiempo es la capacidad para producir y difundir lugares comunes, debido sobre todo a la influencia de los grandes medios de comunicación.

En la primera parte del libro analiza críticamente algunos clichés de naturaleza ética, tales como «sé tu mismo», «eso es muy relativo», «seamos tolerantes», «no debemos juzgar a nadie», «todos somos culpables», «respeto sus ideas, pero no las comparto»? Sobre la afirmación de que todas las ideas son siempre respetables, Arteta arguye que las ideas no están hechas para ser respetadas, sino para ser contradichas, para ser enfrentadas unas con otras. Una confrontación necesaria para que nazcan nuevas ideas.

En la segunda parte desmenuza también la inconsistencia de algunos de los tópicos más repetidos en política, «la política es cosa de políticos», «al enemigo ni agua», «con la violencia no se consigue nada», «estoy en mi perfecto derecho», «todas las víctimas son iguales»? («¿Igual el que muere por una explosión que el muere poniendo explosivos»? Por su más amplio tratamiento resulta muy interesante el apartado que cierra el libro, «todos queremos la paz», una acerada crítica sobre el final pactado con la banda terrorista ETA.

Es cierto que los tópicos pueden servir para orientarnos en nuestras relaciones cotidianas. Se recurre a ellos por economía expresiva, ya que sintetizan largas explicaciones en muy pocas palabras. Son una especie de breves cápsulas del saber práctico. De cualquier modo, Arteta asegura que, en la mayoría de los casos, vienen a ser como expresiones congeladas, que también nos ahorran pensar: «por eso es necesario descongelarlas para que de nuevo dejen fluir el pensamiento propio». Pues el pensamiento es lo que realmente nos distingue como seres humanos.