El 22 de octubre de 1937, Langreo caía en poder de las tropas franquistas. Un día antes se derrumbaba el Frente Norte con la ocupación de Gijón. La guerra se alargaría en el resto de España hasta el 1 de abril de 1939. Se cuenta que, en aquellas trágicas circunstancias, el jefe de las tropas que habían entrado en Langreo reunió inmediatamente en las instalaciones de Duro Felguera a las «fuerzas vivas» de esta localidad y les anunció de forma solemne que La Felguera quedaba constituida a partir entonces en Ayuntamiento independiente. Sin embargo, la promesa no fue más que el alarde populista de un militar al que habían informado sobre las viejas trifulcas localistas del concejo.

Desde los inicios de la guerra, las cuencas mineras desempeñaron un papel fundamental en el abastecimiento de Asturias. Acuerdos con Santander y Bilbao permitieron que camiones cargados de alimentos llegaran a Asturias y volvieran luego cargados de carbón para aquellas ciudades. Con grandes esfuerzos, los mineros aseguraron la provisión de víveres para toda la provincia durante varios meses.

A lo largo de la historia, el destino de las naciones se ha decidido con frecuencia en los campos de batalla. Múltiples factores pueden inclinar la victoria hacia uno de los bandos. En sus «Memorias de guerra (1936-1939)», Manuel Azaña, presidente de la República en esos años, hizo una crítica demoledora sobre lo que ocurría en el Frente Norte, vaticinando que las actuaciones políticas y militares dominantes en toda la zona «no permitían prever más que una catástrofe colosal»: la mayor de la guerra. Y aún más: el aislamiento territorial obstaculizaba la influencia del Gobierno para ordenar las cosas en esas regiones, en las que se establecieron tres organizaciones militares sin coordinación entre ellas. Un ejército vasco, otro con mando en Santander y un tercero en Asturias, «donde no se ha visto causa servida más torpemente; ni tan fervorosa voluntad de unos combatientes auténticos peor aprovechada». Entre los jefes militares y los dirigentes políticos abundaban los casos «de fatuidad ignorante, pedantería, indisciplina selvática, viento en las cabezas, inexperiencia».

Además, en unas partes primaba la revolución en detrimento de los prioritarios objetivos bélicos; y en otras, se imponía la perniciosa deslealtad de los nacionalistas y el Gobierno vasco. En Santander se hacía una guerra de «chalets y automóviles», con jefes que se preocupaban sobre todo de tener una buena vivienda y un buen coche, pero de poco más. Esta provincia fue conquistada en solo diez días: «unas simples maniobras no hubieran podido ir más deprisa».

Más allá de razones legales o morales, el presidente de la Segunda República española tenía muy claro que si el enemigo te declara la guerra no queda más remedio que utilizar todos recursos disponibles para vencerlo. Nada de eso ocurrió en el Frente Norte, lo que, según Azaña, podría haber sido determinante en el desenlace de la guerra civil. Como explica Clausewitz, la guerra no es un acto aislado, sino la continuación de las relaciones políticas con otros medios.