La publicación de los sueldos y demás regalías de los diputados que conforman el Parlamento asturiano nos aporta cierta claridad a algo que todos ya intuíamos.

Por regla general, todos superan con creces los tres mil euros, más los complementos por desplazamientos y manutención. Y aunque son poco propensos a que se conozcan estos datos, pues no les va a quedar más remedio que hacerlo a todos, aunque algunos se estén haciendo los remolones. Ha tenido que suceder lo del diputado émulo de Marco Polo en cuanto a kilometraje para que se destapara la caja de los truenos, dando comienzo el tú más que yo, y te voy a dar ejemplo.

Uno no comprende el porqué de financiar a sus señorías los desplazamientos y manutención, supongo que cualquier ciudadano, y más en los tiempos que corren, se daría con un canto en el pecho cobrando la tercera parte, se desplazaría gustoso a cualquier lugar, con su bocata o túper para ahorrar.

En el apartado de «sueldos y suerte» también se puede incluir a centenares de cargos designados digitalmente. Llama la atención uno de los tiempos de Areces, que desde su posición dio varias vueltas al mundo a nuestra costa, y cuando la cosa se puso fea se prejubiló de su empresa, 200.000 euros pactados, pensión máxima, y aún tiene la jeta de percibir del Estado 450 euros al mes por no se qué gaitas. Esos 450 euros que se les están negando a personas de cierta edad o que agotaron las prestaciones.

A los sueldos de los citados habría que añadirles su «inmensa suerte», como la endogamia o el hoy por ti, mañana por mí que practican sin ningún rubor, pues pese a la ausencia de trabajo -precisamente por su nefasta labor en los cargos que desempeñan- van moviendo los hilos para dejar colocados, y bien colocados, a miembros directos de su familia, para cuando se les acabe el chollu, la saga continúe.

Los consejeros los vienen a buscar al portal de su casa, con el coche impoluto y puntuales, y digo yo que bien se podrían desplazar igual que todo el mundo en cualquier transporte al uso a su... vamos a llamarlo trabajo.

Sería un buen ejemplo, pero ¡que va! La parafernalia y el jabón les priva, y como decía mi madre, «cuanto cría la boroña».

Mientras los escándalos siguen aflorando, sin previsión de que tengan final, y aunque se vayan escaqueando, en muchos de los casos el pueblo llano también tiene la intuición de que la podredumbre salpica a empingorotados dirigentes.

La conclusión no es otra, ante la resignación de todos nosotros, que en este país todo bicho viviente vive de la economía sumergida, somos inmensamente ricos, y lo de los seis millones de parados resulta otra leyenda urbana.

Aunque más bien pienso que somos tontos de capirote, pues en cualquier lugar la última gota suele desbordar todo lo previsible, y aquí ya fue un pantano entero, y ná de ná.