Un recorrido de cinco kilómetros por las entrañas de la tierra y la oportunidad de picar carbón con un martillo neumático. Estas son algunas de las posibilidades que ofrece la actividad organizada por Hunosa en el pozo Sotón desde el pasado mes de junio. Durante unas cuatro horas, los visitantes conocen, ven y sienten la historia de esta mina de carbón, activa hasta finales del año pasado y que ahora es un pozo auxiliar del María Luisa.

Una historia que comienza con el descubrimiento del afloramiento carbonífero de Sotón en 1792, cuando el ingeniero de la armada Fernando Casado Torres, enviado por Carlos IV, recorrió las Cuencas en busca de yacimientos de carbón piedra. No sería hasta 1917 cuando comenzase la preparación y profundización en el pozo. Así, durante todo el siglo XX, el pozo Sotón sufrió distintas ampliaciones y modificaciones que incrementarían su capacidad de producción y eficiencia. Son 140 kilómetros de galerías, con 10 plantas y una profundidad máxima de 700 metros. Ahora, después de cien años de antigüedad, abre sus puertas al público.

La oportunidad de conocer las explotaciones mineras de San Martín del Rey Aurelio está obteniendo muy buenos resultados y el balance, hasta el momento, es muy positivo según fuentes de la hullera pública asturiana. Además, el Sotón ha tenido ilustres visitas, como las de jugadores del Sporting de Gijón o del Real Oviedo. El éxito de la iniciativa permitirá a la firma estatal hacer frente a los costes que implica tener el pozo abierto.

Comienza la visita. ¿La indumentaria? No podía ser otra. Mono azul, cinturón de cuero con cinchas y hebillas, botas de agua, casco con luz y autorrescatadores por si hay presencia excesiva de grisú o un descenso repentino del nivel de oxígeno. Solo una cosa más antes de bajar a la explotación: charla informativa de seguridad. Seis mineros en activo son los guías de la excursión, de no más de diez personas al día y que tiene dos pases de lunes a viernes, a las nueve y a las dos.

La primera parada es el "corazón del pozo", es decir, la sala de máquinas. Allí es donde se encuentra toda la maquinaria que permite que la mina funcione y que se den las condiciones adecuadas para que los mineros trabajen. A partir de ahí, todo es aventura. En un embarque exterior se toma la jaula, con capacidad para ocho toneladas de peso, que desplaza a los asistentes hasta la octava planta. Unos 400 metros de vertiginoso descenso, a lo largo de los cuales se suceden galerías, vacío y oscuridad. Con los pies en tierra firme, "La Jota" espera a los visitantes para darles una dosis de realidad al poder experimentar las dificultades del sistema de explotación primitivo. No es más que una de las tantas angostas chimeneas de ventilación que dan pulmones a la mina y sirven de paso al mineral y al personal. Desde allí, por "La Jota", se desciende a la novena planta, arrastrándose y con los pies por delante. Es uno de los tramos más complicados y por eso se ofrece la posibilidad de realizar un recorrido alternativo menos complejo. Son cien metros con una pendiente media de 43 grados. Comienza entonces el paso por las zonas donde se explotaba el carbón, se observan las instalaciones de agua, aire, comunicación, control, electricidad y ventilación que se empleaban en la mina.

Posteriormente, se visita el taller vertical con rozadora, La Lozana, y el de explotación por subniveles, El Múltiple, para después descender por un plano inclinado que conduce a la décima planta. Es la última parada antes de que la jaula "Sotrondio" inicie el ascenso de vuelta. Pero antes, un último detalle. Los mensajes que los mineros se dejaban en los cambios de turno. Nada de Facebook, ni Twitter, solo tiza o rotulador para reivindicaciones, caricaturas o lo que se tercie. Finalmente, se abre el cielo. Adiós, ciudad de carbón.