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Historias heterodoxas

La tristeza de "Antón el Chiova"

Valentín Ochoa fue un hombre sencillo, poeta y activo republicano que, como otros muchos, tuvo que ocultar sus ideales en el franquismo

La tristeza de "Antón el Chiova"

En 2010 Pablo Antón Marín Estrada publicó la novela "Mientres cai la nueche", ambientada en la vida de posguerra de Sama de Langreo. En su argumento se mezclan personajes y escenas reales con otras imaginadas, como la que refleja el encuentro entre los jóvenes protagonistas con un anciano que pasea su soledad por el parque Dorado: "Es Valentín Ochoa, "Antón el Chiova", símbolo lírico de las fiestas del pueblo, poeta popular? Un hombre bueno y tranquilo que jamás hizo mal a nadie y que supo ganarse el cariño de sus vecinos con sus modestos, pero bellos, poemas en asturiano".

En efecto, el poeta Valentín Ochoa Rodríguez (lo del Chiova es una transposición de su nombre) fue sobre todo poeta, admirador confeso de Teodoro Cuesta y amigo de otros grandes como Daniel Albuerne, Pin de Pria o Constantino Suárez "Españolito", pero también activo republicano y masón en la primera mitad de su vida, aunque los acontecimientos le convirtieron más tarde en uno de aquellos hombres que tuvieron que ocultar sus ideales y se convirtieron en poco más que una sombra para no destacar entre la negrura del franquismo.

Las escasas enciclopedias que citan a nuestro personaje dicen que nació el 23 de marzo de 1879 en el barrio de Los Nozalones de Sama, acudió a la escuela de José Bernardo, como tantos niños de la zona y pronto se puso a trabajar en una fragua familiar junto a su padre y sus hermanos, aunque pudo desplazarse cada tarde hasta Mieres para asistir a las clases nocturnas de la Escuela de Capataces.

Y así sería, porque Valentín fue tan buen estudiante que al cumplir los veinte ya pudo firmar como capataz facultativo, la denominación de entonces, y al año siguiente entró en la empresa Duro y Cía. compaginando sin problemas este empleo con el de docente en la Escuela Elemental del Trabajo de La Felguera e incluso con el de profesor de clases particulares.

Aunque su inquietud no se limitaba a lo profesional y aún encontró tiempo para contactar con otros jóvenes que compartían su gusto por la escritura y logró incluir en alguna publicación local tanto sus versos en asturiano y castellano como sus opiniones.

Pronto las páginas que le ofrecían se quedaron pequeñas para cubrir una pequeña muestra de su producción y por ello en 1906 se decidió a lanzar El Porvenir de Langreo donde inició de paso un camino político que tuvo su continuación en 1910 en El Concejal, publicación que ya se definía abiertamente como republicana y que él contribuyó a fundar.

Valentín Ochoa fue un hombre sencillo: le gustaban las romerías, pero no bebía ni fumaba, andaba mucho y apenas probaba la carne; se portaba como uno de aquellos venerables anarquistas utópicos de su época, pero sin serlo, ya que su ideal siempre fue republicano. En 1918 organizó con un grupo de amigos la Fraternidad Republicana de Langreo, de tendencia lerrouxista, que como no podía ser de otra forma se apoyaba en otra publicación, en este caso el semanario El Nalón.

Al igual que muchos compañeros de partido, también fue masón, aunque su iniciación se produjo tardíamente, en junio de 1930 en la Logia Riego nº 2 de Gijón, y eligió para su vida en la Fraternidad el nombre simbólico de "Dante", un personaje con el que, salvando las distancias que marcan tanto la distancia entre siglos como la calidad literaria, tuvo la similitud de la poesía y la fidelidad a una musa, ya que la obra de ambos estuvo marcada por una presencia femenina.

En el caso del florentino fue la joven Beatriz Portinari, a la que idealizó en Vida Nueva y sobre todo en la Divina Comedia y en el del langreano la bella desconocida que inspiró sus poemas de amor se llamó Cesaria y nunca quiso ponerle identidad, ni siquiera cuando un guardia civil de la posguerra, intrigado como el resto de la comunidad langreana, le preguntó directamente de quién se trataba. Aunque todo indica que no fue otra que su mujer Pilar García, a la que quiso conservar siempre joven en sus versos. Con ella tuvo seis hijos: Valentina, Cayetano, Valentín, Claudio, Mercedes y Pilar, llamada como su madre y que falleció al cumplir los cinco años, sumándose a la fatalidad que siempre acompañó al poeta.

Cuando los nazis ocuparon Francia, encontraron su ficha masónica en los archivos requisados en París y cumpliendo el acuerdo que mantenía la Gestapo con la policía española, la hicieron llegar hasta el Tribunal Especial para la Represión del Comunismo y la Masonería, que lo condenó en 1944 a quince años de prisión.

En aquel momento Valentín Ochoa ya era un escritor reconocido por sus vecinos y aunque todos sabían de su militancia, tampoco había destacado por su participación ni en la revolución ni durante la contienda; por ello algunos de los representantes langreanos del nuevo régimen mediaron en su favor y gracias a los informes favorables que se presentaron desde la comisaría local logró enseguida la libertad condicional.

Pero Antón el Chiova ya quedó marcado para siempre ante un sector de la sociedad más conservadora de su valle, que podía perdonar su pasado republicano, aunque no su pertenencia a una sociedad de la que apenas se conocía nada y tras la que la todopoderosa Iglesia católica veía la influencia del mismo Demonio.

Su poesía más inspirada llegó entre dos fatalidades: la muerte de su esposa en aquel mismo 1918 y su desilusión ante el fracaso de la II República que no pudo sacar adelante las reformas por las que tanto había luchado. Dicen que como buen masón entendía que la tolerancia y el respeto debía marcar el camino de aquella nueva sociedad y por ello cuando el Ayuntamiento langreano de Belarmino Tomás prohibió los entierros religiosos pidió su baja en la Fraternidad Republicana porque defendía que el laicismo debía dar ejemplo y no coartar ninguna otra creencia.

Luego vino la guerra civil, en la que no colaboró activamente. El enfrentamiento entre españoles le sumió en una profunda tristeza que le hizo refugiarse en la literatura y seguir las novedades de la contienda sin apenas salir de casa, hasta que la posguerra le trajo de nuevo la desgracia y al miedo por la represión que sabía que su historial iba a traerle en cualquier momento, se sumó la noticia de la muerte de su hijo Claudio en un campo de concentración de Cantabria.

Desde entonces ya no volvió a frecuentar el café donde cada día echaba la partida al dominó con sus amigos y se limitó a trabajar en su antigua oficina, sumiso y temeroso, viviendo casi aislado del mundo exterior por una sordera que lo ayudaba a guardar su soledad.

Antón el Chiova falleció en Gijón, adonde se había trasladado en 1948 tras solicitar su jubilación y por una burla del destino el mismo día de su muerte recibió la Medalla al Mérito en el Trabajo en reconocimiento a sus desvelos por el concejo de Langreo. Fue un galardón merecido, puesto que nunca renunció a sus raíces y siguió visitando su tierra, aunque seguramente su exilio voluntario se debió a que el pueblo que el tenía idealizado se parecía poco al que lo acompañó en su vejez y quiso guardar aquel recuerdo desde la distancia.

Ya en 1964, a petición de la Sociedad de Festejos de San Pedro, se dio su nombre a una calle de La Felguera; luego su obra fue recopilada en una antología por José León Delestal en 1974, una fecha histórica para la llingua asturiana porque entonces se celebró en Oviedo aquella primera Asamblea Regional del Bable, que supuso el renacimiento de este movimiento. Recuerdo como me llevó hasta allí mi tío Julián y aún guardo la carpeta, con el anagrama de Galerías Preciados en la que se nos entregaron los materiales.

Yo andaba entonces en otras guerras, pero aprovecho para reivindicar el papel de Julián Burgos, peleando por la dignificación del asturiano, codo con codo con Delestal y aquellos pioneros, sin que nunca se le haya reconocido este mérito a pesar de la infinidad de visitas que se han acercado para consultar su fantástico fichero con palabras recogidas durante décadas y en el que a pesar de estar pisando ya la alfombra de los noventa años, aún sigue trabajando.

Pablo Antón Marín, con el que empezábamos esta página, puede considerarse el biógrafo del Chiova. Ha tenido acceso a la documentación que guarda su familia y opina que la selección que hizo José León Delestal en aquel momento se limitó a recoger lo más popular de su obra dejando al margen las poesías más interesantes.

Tal vez fuera así, pero el caso es que Valentín Ochoa volvió entonces para quedarse para siempre. La obra se publicó el Día del Libro de 1975 como un homenaje y un desagravio al poeta langreano y en 1994 la Consejería de Cultura le dedicó la Selmana de les Lletres, que se celebra cada año en torno a un personaje de referencia. Para conservar el fuego hay que moverlo de vez en cuando, por eso creo que hoy, en el aniversario de su muerte, el 8 de diciembre de 1951, viene bien este recuerdo.

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