Hugo "Perico" Pérez, uno de los referentes del sportinguismo de los noventa por su arrolladora personalidad dentro y fuera del campo, se despachó a gusto hace unos días en una entrevista concedida en este diario en la que contó verdades como puños, pero también dio unas cuantas patadas sin venir a cuento. El argentino, que es parte interesada ya que anda metido a mercader de futbolistas, vino a decir que el presidente del club no está preparado para la gestión porque el cargo le llegó caído del cielo.
Por partes y sin empujar. El exjugador tiene más razón que un santo cuando apela al carácter hereditario de la presidencia, al más puro estilo saudí, por más que Javier Fernández repita hasta la saciedad que sólo responde de sus cuatro años y pico en el consejo de administración, como si hubiera llegado a la cima gracias a un concurso de concurrencia pública. Y más aún. Ni siquiera perdonando ese pecado original, el balance deportivo de esta etapa tiene un pase: un ascenso y una permanencia cuando la entidad estuvo sancionada sin poder fichar. Todo lo demás, rotundos fracasos.
Ahora bien, a Hugo Pérez se le va la mano cuando le echa en cara a la propiedad que tenga "nueve millones de superávit". A ver si ahora resulta que reanimar a un club en parada cardiorrespiratoria es también delito. Es mezquino atacar a Javier Fernández por el balance de cuentas. Tanto como poner en duda su sportinguismo. No sólo cobra de la entidad sino que la lleva dentro desde la cuna. Precisamente por eso, no se entiende que el presidente se empeñe en renegar de un pasado que, para lo malo pero también para lo bueno, explica el presente. Su fidelidad a los colores está fuera de duda. Eso no ocurre en todos los sitios.
