Oviedo,

Raquel LÓPEZ MURIAS

De todos los árboles que conforman la masa forestal verde y frondosa de Asturias, más de 330.00 hectáreas, los más singulares y longevos están en el Occidente. El paso del tiempo ha conseguido convertirlos en robustos y fuertes, sus raíces se han amarrado a la tierra de tal forma que ahora resulta imposible abrazarlos, pero tienen escrito en sus hojas las historias de los que algún día, muchos años atrás, se apoyaron en ellos para cobijarse o para hacer un alto en el Camino de Santiago.

Pero de todos los árboles asturianos hay uno que destaca por su singular belleza y dimensiones, el carbayo de San Valentín, que lleva más de ochocientos años arraigado en Tineo y que ahora ha sido incluido en la lista de los 3.500 árboles emblemáticos españoles elaborado para el proyecto «Leyendas vivas» de la ONG Bosques sin Fronteras. Sus diez metros y medio de perímetro en el tronco y sus más de ochocientos años lo convierten en el más antiguo de los árboles de Asturias y uno de los más singulares de España. El carbayón de Valentín, declarado monumento natural, echó sus primeras raíces antes del Descubrimiento de América; con su copa de más de veinte metros de diámetro, no hay en toda la región ningún otro árbol que consiga hacerle sombra. El carbayo es hoy, sin duda, uno de los referentes de Asturias y uno de los símbolos más característicos de la región.

Hay otros árboles en el occidente del Principado que destacan por su larga y pausada vida, son los tejos de Lago, Santa Coloma, Salas y Pastur, cuatro enormes y misteriosos ejemplares que, además, esconden entre sus troncos las más fantásticas historias de la mitología asturiana y que hoy también han sido catalogados como monumentos naturales. La fisonomía del tejo es muy peculiar, el paso de los años, que pueden llegar a rondar el mileno, no le otorga una altura característica y no superan nunca los veinte metros. El tejo o teixo es históricamente el árbol de los astures; su edad no se esconde en su tronco, que de color grisáceo y estriado no permite discernir sus años de vida, pero su larga vida ha sido siempre un símbolo que los hombres han querido hacer suyo para enfrentarse a la muerte. Por este motivo muchos de estos ejemplares se yerguen cercanos a cementerios o iglesias, como en la localidad de Pastur, en el concejo de Illano, en uno de los santuarios y centros de peregrinación más importantes de la región. El tejo de Salas también se levanta cercano a un lugar de oración, en el centro del cementerio de la capital de la villa, delante de la iglesia de San Martín. La eterna vida del tejo aporta a la tristeza del cementerio un hilo de esperanza, una referencia a la vida entre la muerte.

Otro de los monumentos naturales de Asturias que engloba y da protección a una superficie de doce hectáreas es el alcornocal de Boxo, en el concejo de Allande. Se trata de una masa forestal que se levanta en la ladera sur de la sierra de Muniellos, la mejor reserva de alcornoques que se conserva en Asturias. En el año 1991 el Principado de Asturias decidió otorgar una figura de protección que pusiese en valor a todos aquellos árboles que eran por historia y por naturaleza los mayores exponentes de la riqueza y biodiversidad del monte asturiano. Así, cientos de años después de su nacimiento, la Administración tomó conciencia de las raíces más valiosas de Asturias. Más del 30 por ciento de la superficie del Principado está cubierta por bosques. Entre los millones de árboles que integran esta masa forestal hay algunos que destacan por su riqueza biológica y que, tras muchos años creciendo lentamente a la velocidad del paso de los años, hoy han sido reconocidos como parte del legado cultural y natural de la región. Hayedos, robledales, carbayeras, teixos y alcornoques son hoy la herencia de las raíces de Asturias. El espíritu del bosque tradicional y del busgosu, que pudiera pensarse perdido, aún se mantiene en pie en los troncos de estos árboles.