En un país, España, en el que sólo viajan las personas de la tercera edad, y que incluso las parejas de recién casados eligen playas caribeñas para dar rienda suelta a sus fantasías de revista, seguir apostando desde la Administración por el desarrollo del turismo rural me parece un error. Salvo que se haya comprobado que se trata de un método eficaz para rentabilizar votos, al menos, de aquellos que participan en el reparto del suculento pastel de las ayudas públicas. Que les digan a los pensionistas que monten en autobús para pasar un par de días en un núcleo rural. Aunque sea gratis, y con muy buen sentido, dirán que para ver al mismo hombre y a la misma vaca pasear por delante de las narices, para eso prefieren hacer ganchillo en el salón de su casa o jugar a la lotería de cartones en el hogar del jubilado.