Vengo siguiendo a través de los medios de comunicación la situación por la que pasa mi partido, el Partido Popular de Asturias, y me resulta imposible permanecer al margen de ella, al igual que me es imposible no sentir dolor por lo que veo. El mal sigue siendo el de siempre, la contraposición entre dos modelos de partido; un modelo elitista basado en órganos más o menos grandes, deshumanizado y alejado de las juntas locales y de sus grupos municipales, y el que nos hemos cansado de pedir muchos otros; un modelo de relación fluida y realista con las bases, muy alejada de las políticas basadas en visitas puntuales, fugaces y tediosas a los municipios. Personalmente creo en lo segundo, y para quien tenga la tentación de creer en lo primero, ahí están las tres derrotas autonómicas, frente a un socialismo mediocre y acaudillado.

Mi partido es una fuerza política compacta y coherente, y por ello, y porque tiene tras de sí, al menos en Asturias, una masa electoral que gira en torno a las 300.000 personas, está obligado a hacer autocrítica, que esto es lo que no se hace, o, mejor, se hace parcialmente, derivando el debate a otras cuestiones o a otras personas, acaso para eludir las cuestiones y personas realmente responsables.

En Asturias, el PP ha cosechado tres derrotas consecutivas, y en lugar de abrir un período de reflexión interna, ofrecemos a las bases más de lo mismo, es decir, más élite, una nueva élite en este caso, un triunvirato que teóricamente se encargará de renovar el partido, donde, por cierto, los renovadores no son precisamente «nuevos» y, por supuesto, no han precisado qué es la renovación, probablemente porque la renovación no puede definirla ni dimensionarla más que un congreso regional en el que estemos representados todos, y no sólo tres, que ya el hecho de que sean tres escenifica el fracaso del producto.

A partir de ahí, la élite comienza su labor de ilustración a las bases, se habla de «recuperar parte del poder local que se ha dejado por el camino» y de hacer «pedagogía por las juntas locales». Curiosamente, ninguno de los tres ha ganado nunca unas elecciones municipales, pero son ciertamente atrevidos y osados en su labor pedagógica. La verdad es que yo no confío en las políticas que sean capaces de implantar para una progresión del partido en los municipios, cuando son los responsables de las pérdidas habidas, aun después de haberlo dicho muy claro en los órganos del partido, sin que les haya inquietado nada en aquel momento.

A Ovidio Sánchez, que no está entre los renovadores, porque no quiere ser renovado, uno de los del trío, le atribuye un papel de árbitro, tarea imposible porque el propio Ovidio, como jurídico que es, sabe que no es posible ser a la vez juez y parte, y él quiere volver a ser presidente. Lo que para mí pretende el presidente es que la política que debe hacerse desde el partido quiere seguir haciéndola desde el Parlamento con un grupúsculo de mutua autoprotección, exactamente lo contrario a lo correcto.

Estamos ante una gran falacia, se crea una estructura al margen de congresos y de estatutos, ilegítima a mi juicio, en la que se dice que todos pueden participar, por supuesto siempre y cuando se dé un requisito imprescindible: apoyar a Ovidio Sánchez, y si no valga como demostración la represalia política que ha sufrido el señor Peña por haber defendido, en uso de su libertad de expresión, una alternativa liderada por Alicia Castro Masaveu. ¡Qué celeridad en este caso y qué torticero regocijo el comportamiento con el enquistado problema de Gijón! ¿Cómo que todos estamos llamados? Como ha dicho recientemente Álvarez-Cascos: «Para hablar en nombre de todos, hay que llamar a cada uno».

Esto no es democracia, y sin democracia ni autocrítica el camino es erróneo, y no vale convocar tras más de un año un comité ejecutivo, para que si hay alguna critica, alguno afirme después en la prensa que ha habido un «intento de asonada coordinada», cuando lejos de eso, lo que hubo fue un serio varapalo a ese grupo de trabajo, nacido ya muerto. No señor, no vale con decir que «hacemos la autocrítica de que no estamos satisfechos, no son los resultados que esperábamos. Supongo que hubo aciertos y errores». Desde luego, esta conducta afea a quien la lidera y le deslegitima, pues traslada a la opinión pública una incapacidad tanto para vencer como para digerir constructivamente la derrota, y a esto suele acompañar una merma de confianza a la hora de depositar el voto.

No seré yo quien apunte y señale quién sí o quién no debe liderar la marcha del Partido Popular, porque eso no me corresponde a mí, pero tampoco a un triunvirato. Reitero que ese es un derecho soberano del congreso regional.

Yo conocí otros tiempos, unos tiempos en los que el secretario general del partido siempre estuvo abierto a que se incorporase quien quisiera, se le facilitaba el contacto continuo, la visita periódica a las juntas locales. Pero también sé que aquello se decidió cambiar por «hacer todo desde el Parlamento». Íntimamente, estoy seguro de que la idea fue inspirada por el presidente para evitar una política de contactos con las bases y de darles cuenta e informales. Lo que sucede es que sus dos parlamentarios, parte en el triunvirato, se dieron cuenta de que estaban a punto de perder su estatus y le han dicho contigo o buscamos otro y es así como nació esta farsa, pues los antecedentes son irrefutables, ellos apoyaron la estrategia de marginar al partido y las juntas locales siempre, ellos y otros, ¿podría decírseme que Juan no cayó porque exigía reformas reales y no astracanadas?, y todos tuvieron miedo a ir por delante, incluso el presidente, y le hicieron la vida imposible, era un valor real y se le situaba en alto riesgo.

La realidad es la que está en la calle; militantes, votantes y simpatizantes sumidos en el fatalismo, en la desilusión, casi resignándose a la imposibilidad de cambiar, de que entre aire fresco en el Partido Popular de Asturias.

Claro que es posible, y necesario. Desde la libertad del partido y de las personas que lo conforman hemos de dar la vuelta a la pirámide, para que el punto álgido, el bien preciado al que proteger, sea lo que hoy es el punto bajo, el menos elitista, el trabajo silencioso y gratuito de las juntas locales.

Hoy el Partido Popular de Asturias es una formación política adormecida, carente de ideas, sin capacidad de análisis, en la que brilla por su ausencia la democracia interna, donde se compran voluntades discrepantes y se quieren diluir todos los fracasos electorales propios echando las culpas a terceros. Y todo ello con un solo propósito, mantener un estatus artificial que permita, a alguno, permanecer en la cresta de la ola.

Con estas maniobras fracasadas Ovidio Sánchez ha creado un problema para sí mismo y de paso otro para el partido. Quienes debieran estar en la foto fija de la renovación real se han colocado en el retrato de todo lo contrario, y presiento que con esas estrategias de viaje a Ovidio Sánchez cada vez se le pasarán más al otro lado del espejo. Tal vez no sea demasiado tarde, todavía se me antoja que el hábil Ovidio Sánchez tenga un lance inteligente y fije la evidente fotografía de la ilusión en el futuro. Él conoce los nombres y las caras de esos hombres y mujeres, al igual que los conozco yo, aunque finalmente todo esto lo decidirá democráticamente el partido.

Quien no sepa que hay un permanente desencuentro entre la base electoral asturiana del PP y el PP es que desconoce la realidad del partido y, por eso, el trabajo de cara al próximo congreso se debe iniciar desde ahí. Es un trabajo mucho más de humildad y sacrificio personal, tal vez por ello no interese a algunos. Yo, por supuesto, no me resigno.

Manuel Bedia Alonso fue alcalde de Navia por el PP.