Sumiller de El Bulli

Cangas del Narcea,

Pepe RODRÍGUEZ

David Seijas es el sumiller del -según dicen- el restaurante más famoso del mundo, «El Bulli» de Ferrán Adrià. Por sus manos pasan más de mil vinos, de entre los que debe decidir cuáles van a la carta. Es considerado uno de los mejores catadores de vino del España, y en el 2006, con sólo 26 años, ganó el premio «Nariz de Oro».

-¿Que es lo que le atrajo para venir a Cangas?

-Siempre está uno viajando a las Denominaciones de Origen más conocidas y va dejando pasar la oportunidad de ir a sitios más recónditos, donde se hace vino. Por eso cuando se me presentó la oportunidad la aproveché, me tiré a la piscina porque quería conocer de primera mano unos vinos únicos

-¿Es necesario estar en el lugar de cultivo para hablar de vinos?

-Por supuesto, yo nunca me atrevería a hablar de estos vinos sin conocer la tierra donde se hacen. Me llevo la imagen del viñedo de Cangas, porque el vino es el paisaje. Es así como se puede entender y explicar, el mérito, la pasión que existe por el vino aquí, con pendientes que superan el 70%. Esto es viticultura límite, y eso hay que apreciarlo al beber una botella de vino de Cangas.

-¿La pasión es la clave del futuro del vino de Cangas, quizás?

-La pasión y la unión, sí. Dudo que esto pueda funcionar sin las ganas de todos, porque nunca podrá mecanizarse ni tener la facilidades de otros sitios. Pero he visto mucha ilusión, y eso es algo que con el esfuerzo conjunto da sus frutos.

-¿Cómo encaja la cocina tradicional con apuestas tan vanguardistas como la de «El Bulli»?

-Siempre digo que hay que saber diferenciar, saber lo que se quiere. Yo he venido de viaje a Asturias y he pedido que me llevaran a sitios tradicionales, de cocina que haga chup-chup, a fuego lento, porque cada cual debe seguir su camino. No me gustan las copias, y menos aún las copias baratas, apuesto siempre por cosas bien hechas. No todo tiene que ser vanguardia.

-¿Cómo selecciona los vinos para su trabajo?

-Yo soy un camarero de vinos, nada más, trato de hacer feliz a la gente con ellos. Por eso procuro que me hagan feliz a mí. Ese es el primer paso, que me conquisten, por calidad o por tipicidad, pero que me atrapen.