Cudillero, V. DÍAZ PEÑAS

Cudillero, V. DÍAZ PEÑAS

Se juegan el tipo cada día para que otros puedan disfrutar de uno de los manjares más preciados de la Navidad y prácticamente del resto del año. Pelean en la mar y se juegan el pellejo en cada marea baja. Son los perceberos, que en estos días se la juegan, aun más si cabe, entre otras cosas porque la proximidad de las Navidades hace aumentar el precio de sus capturas. Aun así, nunca se confían y siempre miran hacia el horizonte esperando la ola que les tirará de la roca en la que se encuentran. Es el día a día de una profesión que exige concentración, valor y habilidad. Un trabajo que permite la venta y disfrute de uno de los platos más deseados en estos días.

Son las siete y media de la mañana y el frío es casi insoportable en el puerto de Cudillero. Una docena de perceberos, la mayoría de ellos pixuetos y de Puerto de Vega (Navia), se preparan para lo que será una jornada más de capturas. LA NUEVA ESPAÑA se sube a la embarcación con ellos para conocer de cerca una profesión más que peligrosa. Aún no ha salido el sol y los perceberos se enfundan en sus trajes de neopreno. «Vaya frío, esto tenía que estar prohibido», comenta uno de ellos al desnudarse para vestirse de buzo. El termómetro marca dos grados centígrados.

Las pequeñas barcas arrancan los motores y se dirigen hacia la zona de captura. Por delante esperan algo más de tres horas de nervios y tensión. Los perceberos tienen que aprovechar las horas anteriores a la bajamar para conseguir este preciado manjar que nace agarrado a las rocas en la zona intermareal. Una hora después de que la mar toque fondo, deberán regresar a puerto. Trabajan contrareloj y contra las olas.

A pesar de que no se ve, los perceberos se «tiran» de la barca y saltan sobre la piedra. La marea sigue alta y la roca sobre la que se encuentran es casi inapreciable. Tres hombres se afanan en recoger este molusco hermafrodita. El primer golpe de mar no se hace esperar. «Cuidado, agua. Viene agua», gritan desde las embarcaciones. Los perceberos fijan su mirada en las olas y esperan el golpe. En unos segundos han sido arrojados al mar. Todo ocurre rápido. Se recuperan y vuelven hacia la roca para continuar con su trabajo. El siguiente golpe de mar no tarda en llegar demasiado.

El nerviosismo y la excitación hacen que los perceberos no tengan frío a pesar de la que está cayendo. «Cuando estamos en la roca no sentimos frío ni calor. La tensión es tan grande que no nos preocupamos de otra cosa que no sean las olas y los percebes. Es como si no sintiésemos a causa de los nervios y de la presión», comenta Salvador Fernández, patrón mayor de la Cofradía de Pescadores de Cudillero y percebero desde hace varios lustros. La tensión se nota en el ambiente.

La mañana avanza y la mar deja ver un poco más de la piedra donde se agarran los perceberos. Es el momento de aprovechar y capturar el mayor número de moluscos. El tiempo apremia y la próxima embestida no tardará en llegar. De nuevo, suena la alarma de agua por parte de los barqueros. Esta vez la ola golpea con la misma fuerza que las anteriores. Sin embargo, los perceberos logran aguantar el envite y se mantienen sobre la roca. El frío sigue siendo igual de intenso. «Podrías acercarte a tierra a por una botella de aguardiente», ironizan.

Tres horas después de salir del puerto de Cudillero, los perceberos hacen balance. Dejan la roca y regresan a la embarcación para ver como ha ido la recolección. Con las manos heladas por el frío limpian y seleccionan los percebes. Cada uno de ellos tiene un cupo máximo de seis kilos que en épocas de Navidad se amplía hasta los ocho kilos. Además, de cara a las fiestas se reservan las mejores rocas. Saben que ésta es la mejor época para su venta y lo rentabilizan al máximo con sus capturas, pero sobretodo con su trabajo.

De regreso al puerto, varios vecinos se agolpan entorno a la embarcación para ver cómo ha ido la jornada. Los perceberos descargan las capturas y las pesan. Luego seleccionan las mejores piezas y las clasifican por tamaños. Diez minutos después, los compañeros de Puerto de Vega recogen todas las capturas para llevarlas a la rula. Allí se pagan 150 euros el kilo de percebes grandes y 90 por los medianos. Y el precio seguirá subiendo en los próximos días. A parte de su calidad, también se paga el trabajo de los perceberos.

«Tenemos que tener miedo. Es lo que nos ayuda a controlar la situación. Sin miedo arriesgaríamos mucho más. Así que es importante no perderle el respeto al mar. Estar alerta es lo que nos salva de muchos golpes la mayoría de la veces». Quien así habla es Salvador Fernández, uno de los perceberos más veteranos de Cudillero. Es consciente del peligro que supone su trabajo, pero afirma que es el miedo el que les ayuda a mantener la tensión y así evitar golpes. No obstante, como cuenta, siempre hay algún que otro percance. Lo más frecuente son fracturas de brazos y de piernas. Y es que las olas no preguntan y se llevan por delante todo lo que se encuentran.

Pero aparte de miedo, los perceberos tienen que conocer muy bien su trabajo y el lugar donde lo desarrollan. Conocen al dedillo cada grieta de las rocas. Pero aún así, no pierden en ningún momento la cara al mar. Saben que no avisa. «También es fundamental conocer las rocas en las que estamos y saber intuir los embates de la mar», comenta Fernández. Y siempre ayuda la compañía de las barcas. Ellos son los que alertan de las olas. Gritan agua y los perceberos buscan el lugar más seguro. Saben que el percebe vale su precio en oro y que su trabajo se paga bien. Pero también saben que su captura no es fácil y que en ello se juegan la vida. La siguiente ola está al llegar.