Estábamos entusiasmados aguardando el cambio de año debido a las duras circunstancias que nos había deparado 2009, que algunos cursis califican, parafraseando a Isabel II, de «annus horribilis». Pero después de unas horas hemos de volver a la dura realidad de cada día. Comprendemos entonces que las cosas no se resuelven echando fuera el maldito 2009, porque no es posible que el paso de unos minutos baste para volver al trabajo perdido, para enterrar la hipoteca o para resolver asuntos que nos traían por la calle de la amargura. Es decir, que 2010 se nos presenta con idénticos problemas. Sólo nos queda para animarnos el discurso de Zapatero asegurándonos que nos encontramos en una situación de tránsito entre la recesión y la recuperación económica. O sea, que los males ya han pasado y podemos brindar por un futuro esperanzador que está precisamente en el año que acabamos de estrenar.