El Puerto (Somiedo),

V. DÍAZ PEÑAS

Los vecinos del núcleo somedano de El Puerto conviven con la nieve. Viven a mil quinientos metros de altitud y pasan buena parte del año rodeados de una espesa capa blanca. Estan acostumbrados. Aun así, reconocen que el invierno es duro. A veces quedan aislados y cada dos por tres tienen que tirar de pala para poder salir de casa. No les falta la comida ni el calor y siempre están en contacto unos con otros. Así, dicen, hacen más llevadera la soledad. Hay días que se hacen largos, como el invierno. Muchas jornadas no queda otra que mirar por la ventana hasta que amaine el temporal. Es el día a día en uno de los pueblos más altos de Asturias.

El Puerto es el cuarto pueblo del concejo de Somiedo por número de habitantes. Hasta hace seis años este núcleo eminentemente ganadero quedaba desierto durante el invierno. Los vaqueiros bajaban de las alturas y únicamente quedaba en El Puerto el «vecindeiro», persona encargada de velar por el pueblo cuando todo el mundo marchaba. Ahora las cosas han cambiado. Doce viviendas permanecen abiertas e incluso hay niños que acuden a diario al colegio. Viven tranquilos y en un entorno de cuento. Eso sí, su pelea con la nieve es diaria.

«El invierno es duro. Podemos pasar cinco meses rodeados de nieve. Quitando la gente que viene a hacer esquí de travesía, no vemos a más gente que a los propios vecinos. A veces es aburrido, aunque también es cierto que vivimos tranquilos y a gusto. Estamos enseñados a la nieve, si no no habría manera», explica Manuel Ganzo, que regenta el hotel El Coronel en este núcleo somedano. Aquí saben que no puede faltar nada, así que siempre tienen la despensa llena. Ya sea invierno o verano. Hasta tienen remedio para cuando el pan no llega. Se tuesta el del día anterior y así queda más crujiente.

Mientras no falte la calefacción y no haya problemas con el suministro eléctrico, el día transcurre sin problemas. A veces la quitanieves llega tarde o no llega, algo que molesta a los vecinos. Otras, el tiempo les da un respiro y tiene tiempo para «espalar». Y si el mal tiempo arrecia, hablan entre ellos por teléfono. «Siempre estamos en contacto. Juntos superamos mejor las dificultades», comenta el padre de Manuel Ganzo mientras mira como nieva a través de la ventana.

Los ganaderos también están acostumbrados al invierno. Como explica Vicente Lorences, durante dos meses recogen hierba para alimentar a los animales en invierno. Guardan el ganado en la cuadra y esperan a que se vaya la nieve. «Se está cómodo. El trabajo no es mucho pero hay que estar. Lo peor, sin duda, es la nieve, que nos impide movernos, aunque estamos acostumbrados», relata el ganadero. Fuera de la cuadra sigue nevando. Los vecinos saben que todavía queda invierno para rato.