El domingo estuve en el Eo y en el Esva y regresé desencantado, pero no porque no se hubiese capturado un solo salmón, sino por el ambiente de pesimismo que se vivía en el río. Está visto que lo que antes era un placer se ha convertido en una esclavitud y una frustración. Hace años cualquier aficionado podía acercarse al río y regresar a su casa con uno o varios salmones. No necesitaba volverse loco con la tramitación de la licencia ni con la solicitud del día o el lugar en el que poder lanzar la caña. El pescador de entonces se sentía libre de la Administración y de esos funcionarios cascarrabias, cuyo mayor empeño es poner pegas para hacer los trámites imposibles. Bastaba una caña para capturar salmones para dar y tomar. Había salmones para dilapidar en una juerga con los amigos o para guardar en el congelador. Ahora el ciudadano se ve atrapado en las redes de una burocracia capaz de arrebatarle cualquier intento de libertad.