Oviedo

El investigador ovetense José Antonio Álvarez Castrillón acaba de ganar el premio «Padre Patac» por el trabajo «Colección Diplomática del Monasterio de Santa María de Villanueva de Oscos. Estudio y Edición (1139-1300)». El premio, obtenido ex aequo con Guillermo Bas Ordóñez por la obra «La construcción del ferrocarril de Pajares», no es el primero que reconoce el valor de sus investigaciones sobre la comarca de los Oscos, una tierra en la que están sus raíces y por la cual siente auténtica devoción.

-Premios como el «Padre Patac», ¿son un estímulo para los investigadores?

-Uno no piensa en ello cuando trabaja, pero, desde luego, supone un reconocimiento agradable y es una vía para dar a conocer trabajos que, de otra forma, tendrían difícil acogida editorial.

-¿Cómo sintetizaría el contenido de su estudio?

-Tiene dos partes bien diferenciadas. La edición supone la transcripción de los casi 300 pergaminos y los correspondientes índices toponímico, antroponímico y socioprofesional. La tipología es muy variada: abundan los contratos de foro y las compraventas y donaciones, pero también se encuentran privilegios reales, mandatos, testamentos e incluso un privilegio papal. El estudio que la acompaña es la contextualización histórica de esa colección.

-¿Qué aportaciones novedosas efectúa al conocimiento de la historia del monasterio?

-La revisión de los primeros documentos permitió establecer con más rigor la fecha de fundación, 1144, y también distinguirla de otra comunidad posterior en Balmonte de Castropol que, hasta ahora, se creía origen de la de Villanueva. A partir de ahí las informaciones son muy abundantes y preciosas, pero las posibilidades de esas fuentes no se agotan en el monasterio ni siquiera en la historia, sino que abren perspectivas de investigación a todo un amplio territorio, lo que yo llamo la solapa asturgalaica. Otros vendrán, espero.

-Lleva años investigando sobre la comarca. ¿Por qué despertó su curiosidad?

-Imagínese que en un baúl del desván de su vieja casa existen papeles por los que puede saber de los antepasados que desde hace setecientos años fueron haciendo el pequeño país que es su patria. Es difícil no abrir ese baúl e intentar descifrar su contenido. Es un poco mi caso. Por otro lado, el monasterio estaba un poco olvidado y, en cierto modo, también me sentí obligado a aprovechar el conocimiento de mis mayores, una memoria generacional a punto de quebrar definitivamente. Esa historia estaba por hacer y me tocaba a mí.

-Durante años el monasterio fue el motor de la vida en la comarca. ¿Está bien valorado?

-En otro país, en Francia, en Inglaterra? un monasterio sería, desde hace tiempo, un motor socioeconómico bien aprovechado. Aquí no sabemos. La cultura, la historia, son de los pocos activos competitivos que le quedan a Europa con respecto a otras sociedades emergentes; algunos han sabido aprovecharlos, pero aquí, evidentemente, no. Es una labor lenta, que precisa unos posos socioculturales, y me temo que en esta España de nuevos ricos hemos crecido con demasiado vértigo para eso.

-La rehabilitación que Villanueva plantea desde hace años para el monasterio, unida a su trabajo documental, ¿salda una deuda con la historia comarcal?

-Mi trabajo quiere ser una piedra más, un sillar de coherencia, para esa rehabilitación. Si se lleva a cabo, y se le da utilidad, significará para la comarca cobrar su parte de la deuda que este país tiene con los espacios rurales desde los inicios de la industrialización, esa deuda histórica que tanto reivindican otros territorios y otras localidades que se beneficiaron de ella hasta las recientes reconversiones. La industrialización del centro de Asturias se hizo a costa de sacrificar la sociedad tradicional y al campesinado, abandonado desde mediados del XIX. A la Historia no se le debe nada; a las personas, mucho, sobre todo a las del ámbito rural.

-¿Cómo valora el estado de conservación del patrimonio comarcal?

-Es muy desigual. Se ha restaurado mucho, a veces de forma espléndida y, en ocasiones, con extravagancia, pero aún queda demasiado que atender. Lo importante es mantener el uso. La iniciativa privada no siempre puede y a las subvenciones públicas se les debe exigir una sostenibilidad que, ahora, en un espacio demográficamente en quiebra, es difícil asegurar. Antes, los vecinos atendían y limpiaban las ribadas, pero ya no queda nadie. La crisis actual no ayuda, y el modelo socioeconómico tampoco. La única solución que imagino es elegir elementos significativos y sacrificar otros. Me resignaría a ver caer la torre de A Valía si se restaurasen el palacio de Mon y el monasterio.

-¿Cómo valora la cantidad y la calidad de las investigaciones sobre la historia comarcal?

-En los últimos años se ha dado a conocer de forma ejemplar, hay una gran labor desde dentro, de los propios vecinos, de promoción callada a base de hacer las cosas con criterio. Me gusta pensar que mi trabajo ayuda un poco a ello. Trabajos no faltan, aunque sería deseable popularizar el tono de los más académicos para que su lugar no sea ocupado por contenidos de ocasión y poco rigurosos.

-Escribió hace poco que las manifestaciones del Occidente denotan otro país que, pese a todo, se siente totalmente asturiano. ¿Qué lo hace singular?

-Emilio Marcos me encargó rastrear los perfiles históricos de las tierras entre el Eo y el Navia para el catálogo de una exposición de pintores de la zona. Eran en la Edad Media una entidad administrativa muy coherente conocida como Honor del Suarón, Entrambasaguas o Tierra de Ribadeo. También la Tierra de Grandas. La rivalidad económica con la frontera gallega ayudó a que se reivindicasen administrativamente asturianos, pero la sidra, la fabada y el bable se hacen extraños al otro lado de El Palo. En la época sobre la que trabajo, no existía el nacionalismo necesitado de identidades; los pergaminos medievales ofrecen sorprendentes lecciones de tolerancia, dejan ver ciudadanos del mundo «avant la lettre».

«La restauración del cenobio de Villanueva cobrará parte de la deuda con los espacios rurales»

«La historia es de los pocos activos competitivos que le quedan a Europa»

«Me resignaría a ver caer la torre de A Valía si se restaurasen el palacio de Mon y el monasterio»