Resulta sobrecogedor cada vez que uno se mete por esos lugares escondidos de los Oscos contemplar la cantidad de pueblos que han sido abandonados. A cada paso tropieza uno con un grupo de caseríos para los que ya no existe consuelo. Tienen el denominador común de que parecen pedir ayuda para que sus piedras no sean para siempre aposento de artos y alimañas. Es triste observar la muerte de alguno de estos pueblos, cuyos nombres llegará un tiempo en que queden borrados hasta de los archivos parroquiales y sus pequeñas historias cotidianas enterradas al tiempo que los testigos que las vivieron. Pero resulta más triste comprobar la agonía de algunos otros. Y es que se trata de pueblos en los que todavía late la esperanza de vivir por encima de dificultades y obstáculos. ¿Serán pueblos definitivamente enterrados en un próximo viaje o continuarán dando los últimos vagidos de su existencia?