Puerto de Vega (Navia)

Fue su padre quien le enseñó y de quien heredó la habilidad de reparar cualquier tipo de aparato. Rafael Ochoa le añadió después unos años de formación y mucha práctica para abrir en Madrid su propio taller de reparación de electrodomésticos, sobre todo televisores. Pero la historia de Ochoa, cuyo apellido delata el parentesco con el nobel de Medicina Severo Ochoa, está llena de pequeñas cosas, anécdotas, aventuras y viajes.

La historia comienza en 1932 en Puerto de Vega. Es la fecha de nacimiento de Rafael Ochoa, hijo de emigrante americano. Cuando contaba cuatro años, su padre logró un puesto en la compañía Alsa, lo que obligó a la familia a trasladarse a Cornellana. El estallido de la Guerra Civil les llevó, primero, a Avilés y, después, a Villaciosa y Ribadesella, donde finalmente se asentaron. Allí nació la mayor parte de sus catorce hermanos.

Rafael Ochoa fue a la escuela hasta los 14 años; después empezó a ganarse la vida como reparador de aparatos ambulante. Al principio le acompañó su padre, pero después empezó a viajar solo con uno de sus hermanos. Cogían el tren hasta Infiesto o hasta Llanes y luego iban a pie por los pueblos. «A veces caminábamos más de 20 kilómetros. Arreglábamos de todo, desde relojes de pared a máquinas de coser o instalaciones eléctricas». El pago, cuenta, era en comida la mayoría de las veces porque el dinero escaseaba. «Llegábamos a casa cargados de fabas», rememora.

Por aquel entonces, Rafael empezó a estudiar Radio, Televisión y Cine Sonoro. Un tío suyo, emigrado a América, se lo financió y así, fascículo a fascículo, fue descubriendo los secretos de la tele, el medio en el que se centró. Lo más peculiar de la historia es que se apasionó y se volcó en aquel invento revolucionario sin haber visto un televisor de cerca en su vida. Corría el año 1952 y la televisión no llegó a España hasta 1956.

El servicio militar lo cursó en la Escuela de Aviación, donde se apuntó como voluntario para poder ultimar y perfeccionar sus estudios. «Allí estudiaban radio, transmisiones? Me venía bien. Así que terminé, por fin, el curso de televisión sin haber visto una máquina en mi vida», cuenta. Tras concluir la instrucción, regresó a Asturias, donde se casó en el año 1954.

El matrimonio se replanteó entonces su futuro y decidió emprender camino a Madrid, donde Rafael tenía mucha familia. Inició el viaje en solitario para buscar trabajo y se colocó como montador de instalaciones eléctricas en edificios nuevos. Poco después se asoció con un hombre que estaba poniendo en marcha una tienda de electrodomésticos y, una vez lo tuvo claro, se independizó y puso en marcha su propio taller. Cuando, por fin, estuvo asentado en la capital se llevó con él a su familia.

El taller estaba ubicado a 100 metros del Ayuntamiento, en la calle Santiago. Rafael Ochoa, técnico de televisión, comenzó entonces a reparar televisores, pero también instalaciones eléctricas; incluso llegó a instalar una pequeña discoteca. Este naviego aprendió de memoria el mapa madrileño, tal es así que cuenta que los taxistas de una parada cercana a su taller le preguntaban de vez en cuando por alguna dirección que no conocían.

«El taller estaba más cerrado que abierto porque me pasaba el día con la moto de casa en casa». Ochoa tuvo suerte en su negocio y consiguió hacerse una clientela asidua. No sólo eso, sino que entre sus clientes se encontraban personajes del renombre de María Dolores Pradera, Celia Gámez y el actor y director de cine Fernando Fernán Gómez.

El dueño del local donde tenía el taller era comercial de electrodomésticos así que llegaron a un acuerdo: En lugar de pagar el alquiler, le hacía trabajos supervisando la llegada de aparatos desde las fábricas. «También realizaba el servicio técnico. Cuando alguno de los frigoríficos o lavadoras se estropeaba iba a verlos y daba el aviso a la casa», explica. Así, entre su negocio y las horas extras como servicio técnico, se fue ganando la vida.

Rememora un Madrid floreciente, lleno de vida cultural y de posibilidades. «La ciudad era una debilidad, daba gusto pasear por Fuencarral, la Gran Vía?». Casi veinte años después de su llegada, decidió marcharse porque «estaba harto de Madrid, había cambiado mucho». Fue entonces, en el año 1972, cuando regresó a casa.

En Asturias volvió a desempañar su profesión como reparador de televisones hasta que se divorció y decidió regresar a Puerto de Vega. «Estando aquí, empecé a ver que los reparadores cobraban de más y no eran honestos con el cliente. Yo no sabía mentir, así que lo dejé todo», explica.

Fue entonces cuando llegó a un acuerdo con una casa de venta de automóviles y se dedicó a trasladar vehículos. «Hacía viajes intercambiando coches entre las casas de aquí y las del resto del país. Estuve veinte años con ello y me valió para conocer toda España». Rafael Ochoa fue desde siempre un aventurero por lo que disfrutó enormemente con su faceta viajera.

Y no sólo conoce suelo nacional sino que ha tenido tiempo de visitar Francia, Italia, Portugal? Su casa refleja su pasión por los viajes y por la aventura. Está repleta de fotografías que hablan de años vividos intensamente.