AManolo el progreso le rompió los esquemas. Propietario de una famosa cantina ya extinta en el Occidente asturiano estaba acostumbrado a servir a sus clientes lo de siempre: tinto, blanco o clarete. Llegaron las bebidas con gas, se pusieron de moda los cubatas y la gente empezó a pedirle al buen hombre el vino con gaseosa, la cerveza con limón y la ginebra con tónica. Manolo, que lo más complicado que había servido en su vida era un sol y sombra o un chirimaco, llevaba fatal tanta mezcla. Era habitual que tras el encargo respondiese al cliente de turno: «Pomada, pomada es lo que te voy a poner». Me acordé de Manolo ayer en la cola de devoluciones de unos grandes almacenes que venden tecnología. «Nunca pensé que no le iba a gustar», comentaba disgustada una señora que devolvía una videoconsola carísima. Yo propongo que esta Navidad todos seamos Manolo (en realidad no se llamaba así) y regalemos pomada. Hay una buenísima de extracto de centella asiática que usa la Preysler.