La Barraca (Salas),

Lorena VALDÉS

«¿Dónde se vio una historia igual?, ¿qué es esto, la calle Uría de Oviedo o una aldea de Salas donde está claro que tiene que haber animales? Lo que pasa es que los inspectores siempre vienen con ganas de guerra». Quien habla es Claudio García Fernández, propietario del histórico bar-tienda y almacén de piensos «Casa Claudio», en La Barraca (Salas), que acaba de pagar 600 euros de multa después de que un inspector sorprendiese a una de sus pitas comiendo grano en la zona de piensos de su establecimiento de venta al público.

La versión del dueño de la gallina nada tiene que ver con la del inspector que le multó. «A la pita la vio él solo, porque mi mujer y yo nos cansamos de buscarla durante un buen rato por el almacén y no apareció. Además, hicimos recuento en el gallinero, que está cerrado a cal y canto, y allí estaban todas las aves. Es muy difícil que pudiese escaparse», explica Claudio García, visiblemente enfadado con la sanción. «No es ya tanto por el dinero, que también duele, sino porque me sabe muy mal. ¡Esto parece una tomadura de pelo!».

A sus 83 años, Claudio García insiste en que ni él ni su mujer con la que regenta este negocio, ubicado en las proximidades del río Aranguín y que es parada obligada para los vecinos de la zona, están para estudiar a su edad leyes ni artículos como pretende la administración. «Nosotros tenemos 11 gallinas para disfrutar de algún huevo de casa, porque la tortilla no sabe igual con los comprados», lamenta García.

Tras recibir la notificación por escrito con la sanción correspondiente meses atrás, este vecino de La Barraca decidió escribir, a mano, dos cartas a la Dirección General de Ganadería y Alimentación para intentar librarse de la multa. «Las mandé con acuse de recibo para que no pudiesen decirme que no les habían llegado», explica. Entre sus argumentos, en una de las cartas puede leerse: «No somos ladrones, ni criminales o terroristas, nosotros siempre pagamos nuestros impuestos». De nada sirvieron las misivas de Claudio García, que ante la amenaza de tener que asumir un recargo decidió pagar los 600 euros.

«Los del Principado tendrían que venir a juzgar sobre el terreno y luego sancionar, no fiarse solamente de lo que dice un inspector, porque aquí siempre hemos pasado inspecciones de sanidad y todas muy exigentes», afirma el propietario de este bar-tienda, que abre los 365 días del año y que es considerado por muchos «El Corte Inglés rural» de la zona por la variedad de su mercancía. «Aquí se venden las gallinas, las de la jaula, a diez euros, así que tenemos que vender 60 para sacar lo de la multa», comenta.

A pesar del mal rato que le hizo pasar una de sus pitas -aún sin identificar ya que el inspector no supo darle ningún detalle de la culpable-, Claudio García no piensa desprenderse de sus «pitinas», ni por supuesto de sus huevos caseros: «Pobres, ¿qué culpa tienen ellas?».