Hosteleros somedanos, zagalas y zagales, pastores y pastoras, niñas y niños, amigos y amigas, señoras y señores, autoridades....

Somiedo es un poema escrito por el agua, una balada caótica de versos labrados piedra a piedra; pero es poesía armónica y hermosa, arropada por la vida que aflora en todas partes. Poema vivo, arcaico pero eterno, imperecedero aunque vetusto, primitivo pero inmortal, como si hubiera sido concebido para perdurar, y ello pese a que tantas y tantas veces los seres humanos vengamos contribuyendo a su composición con renglones retorcidos.

Aquí arriba, bajo la medular presidencia de los Picos Albos y protegido por los más altos contrafuertes de Peña Orniz y de su Torre, se encuentra uno de los parajes más bellos y singulares del mundo, y uno de los más sobresalientes de todo el ámbito cantábrico. Paraíso para geólogos y biólogos, para antropólogos y etnólogos, para artistas y estudiosos, para geógrafos y naturalistas, para montañeros y senderistas.

¡Roca viva!, lapiaz y canchal, dolina y poljé, cumbres desnudas, valles y lagos de milenaria y glaciar conformación. Praderas fecundas y céspedes ralos que albergan seres ignotos en otros lugares, se ensamblan en los crestones con sabinas, gayubas y enebros centenarios, por donde corren los rebecos, acecha el lobo, se asoma el oso y se enseñorean águilas y buitres. Y junto a este elenco de naturaleza, la recurrente presencia estacional humana, para apacentar los rebaños de merinas.

Parajes que enamoraron a muchas generaciones de hombres y mujeres llegados de lejanas tierras, trashumando ilusiones y penurias. Uno de ellos, el extremeño Mario Roso de Luna, estuvo aquí en los primeros novecientos y nos dejó la más singular de cuantas obras literarias que se hayan ideado sobre nosotros: «El tesoro de los lagos de Somiedo» vio la luz en 1916, ¡un año antes que desde aquí llegase la luz a Oviedo!

Realidad fantaseada o ficción legitimada, este libro es, en todo caso, la primera guía mágico turística de las tierras asturianas que nos acogen y que aún no ha sido superada por ningún otro, por mucho que nos empeñemos en escribir sobre ellas. De Roso de Luna, el «fraterno amigo de Asturias» en palabras de Alfonso Camín, se ha dicho que es autor al que se le copia más que se le cita; a él, probablemente, le debamos la primera vuelta al mundo del nombre de Somiedo. Creo que el nombre del apelado «Mago de Logrosán» merecería ser grabado en algún rincón somedano para inmortalizarlo entre nosotros. ¡Un pueblo generoso ha de honrar a quien le encumbra!

Ya caminaba por aquel entonces por estas altas tierras Narciso Hernández Vaquero, verdadero artífice de la aventura de la electricidad en Asturias e impulsor de Saltos de Agua de Somiedo, empresa matriz de Hidroeléctrica del Cantábrico a la que los somedanos algo deben de su desarrollo social y económico, y que pronto cumplirá su centenario. Su hijo, Joaquín Vaquero Palacios, y el de éste, Vaquero Turcios, vieron y vivieron también estas montañas y se nos han ido, por desgracia, sin desvelarnos sus vivencias.

Negro o Calabazosa, Cerveriz, de la Cueva o de la Mina, del Ajo o del Valle, Almagrera, Camayor, Promedio... lagos, lagunas, «chagunachos» y charcas. Agua y siempre agua, principio y fin. Hace algunos años, en 2003, declaramos este conjunto lacustre somedano como Monumento Natural; lástima que ni siquiera un pequeño cartel -de los miles que se desparraman por Asturias- nos lo anuncie.

Territorio, en fin, en equilibrio entre la explotación y la conservación en el que las merinas juegan el papel determinante. Mucho se habla de la necesidad de conservar las razas autóctonas para mantener la biodiversidad ibérica. Toros bravos y cerdos, se dice continuamente, son necesarios para que existan las dehesas (esa especie de catedrales de nuestra naturaleza), pero poco se habla del imprescindible concurso de las merinas para que los puertos subalpinos cantábricos (olimpo de verdaderos dioses) sigan vivos.

En estos tiempos en los que los teóricos de la ruralidad sólo han sabido bautizar a los habitantes de las montañas como jardineros del paisaje, en estos tiempos en el que los políticos neorrurales sólo han sabido emplear dinero público para conseguir el abandono de los pueblos, en estos tiempos en los que se sigue reivindicando el mantenimiento de muchas formas de miseria llamándolo tradición, en estos tiempos en los que se sigue hablando de fijar población en un intento de perpetuación del cucho y la madreña (elementos fundamentales para la pervivencia del caciquismo), hacen falta líderes imaginativos y ciudadanos emprendedores, capaces de sacar riqueza de nuestro patrimonio natural desde el reto de la modernidad.

Lo he dicho y escrito muchas veces, sobran los lamentos. ¡Vivimos en el siglo XXI! ¡Comportémonos como ciudadanos del nuevo milenio! ¿Hace falta que muchos de nuestros conciudadanos sigan viviendo en condiciones precarias en lugares marginales? Seguramente no.

Lo necesario es fijar las actividades ancestrales sostenibles. En el caso de las merinas, hace falta que sigan pastando cíclicamente estos lugares para que generen riqueza y estas majadas sigan albergando su potencial natural, pero hay que modernizar el pastoreo y que los trabajadores vivan en condiciones similares a las de los habitantes de pueblos y ciudades. Hay tecnologías suficientes para lograr esto y no son difíciles de aplicar. Sólo son necesarias ayudas y voluntad.

Dentro de unos días se irán los pastores, las ovejas, los mastines, los careas? los Picos Albos, los lagos y morteras, sabrán esperar un nuevo retorno. Mientras escribo este texto vienen a mi recuerdo unos versos de Alberto Caeiro -heterónimo de Fernando Pessoa-, que más de una vez me habrán escuchado cuando finalizo un alegato:

(?) / las flores florecerán de la misma manera

/ y los árboles no serán menos verdes que en la primavera pasada.

/ La realidad no necesita de mí.