Cuando visité Siria hace unos años, aquellas tierras estaban en calma y todos sus habitantes, desde Damasco a Alepo, ansiaban ser como España. Recuerdo que aún no tenían Coca-Cola y muchos jóvenes sirios, que ya nada tenían que ver con los antepasados del rey David, venían a educarse a España, por lo que algunos de ellos, tras hacer Medicina en Oviedo, terminaron afincándose en nuestra Asturias del alma, creando nuevas familias y ejerciendo la profesión entre nosotros, no les costaba mucho trabajo porque, sorprendentemente, su carácter es el mismo que el nuestro -no en vano nuestros omeyas dependieron de Damasco varios siglos-, de hecho Abdul, que no comía cerdo más que de bellota con mi padre o con Álvaro, en el Crucero, ejerció de embajador y un día se presentó en mi pueblo con el hijo del ministro de Turismo sirio y con la delegada de la compañía aérea Syria Airlines y, viendo una tienda de electrodomésticos al lado de mi casa, el hijo del ministro le decía a Abdul: ¡esto, esto es lo que necesitamos allí ! A mí, la verdad, me sorprendía que nos tomasen como ejemplo.

Aún no sé si ya tienen o no Coca-Cola; quizá sí, porque también tienen protestas. Por la época en que yo visité Siria con mis hijos, yo les decía: fijaros bien, ésta es la España de los años cincuenta; en Siria tomaban una «cola» extraña, no recuerdo el nombre, y nosotros tomábamos la «Xana-Cola», sucesora de la «Zarzaparrilla» y que la fabricaba en Tineo Abel, «el sifonero».

Lo que sí tienen muy atendido en Siria son los monumentos, desde los romanos del desierto de Palmira hasta los medievales que dejaron los cruzados en el Crack de los Caballeros, que llegó a albergar hasta dos mil cruzados que, se dice, iban a cristianizar el Oriente, cuando yo creo que los enviaban para evitar revueltas en aquella Europa que, por aquel entonces, ya tenía problemas; en lo que no nos parecemos a nuestros primos de Damasco es que ellos están orgullosos de su historia... y nosotros pasamos de la nuestra, y esto lo podemos comprobar en cuanto nos acerquemos a Obona y Bárcena del Monasterio, pero también lo podemos apreciar si miramos la arquitectura popular o los «protegidos» hórreos y paneras. La República «hereditaria» de Siria está con problemas, nosotras... para qué contar, y es una pena porque con parte de lo que se han gastado en la Casa de la Cultura de Belén podrían atender algo de nuestro patrimonio; por cierto, el alcalde de Tineo anunció hace unos años que, a su vez, años atrás, se había aprobado el 1% cultural para Bárcena; ¡por favor!, si alguien lo encontró, que lo devuelva; esto me recuerda viejas historias, como las carreteras del Concechín o de La Cerezal de Rellanos... y no cambiamos.

Nuestros monumentos no solamente contienen parte de las raíces de nuestra historia, sino que, contemplados inteligentemente, son muy aprovechables para nuestro desarrollo; ahora, para salir de la crisis, pero surge un nuevo problema para el saneamiento de Obona y Bárcena, y éste es que si no se han aprovechado bien los recursos cuando había fondos, ¿qué va a pasar ahora?, pero no es para desanimarse, ya están ahí unas votaciones más... y ahora nos van a ofrecer de todo; espero que de todo menos puestos en el Ayuntamiento, creo que están muy apretados... y de todo.

Los planes A, B y X han dinamizado aceras, pistas, plazas y la intemerata; se sacaban obreros del paro (para falsear datos) y mientras tanto se mandaban otros al paro, y, hablando de paro, ya sumamos treinta y tantos mil, hasta en mi pueblo este año alcanzamos unas cifras alarmantes, espero que aguante la «empresa municipal». ¿Ha habido malversación en los fondos ?, si es así por qué no aparece ningún responsable, igual que pasa con los incendios.

No es hora de lamentos, es hora de soluciones, no es cuestión de partidos políticos, las caras que se presentan nos suenan todas; si no lo han solucionado antes, mal lo veo ahora. Dicen que la gente joven no va a la política, ¿ por dónde van a entrar, sino les dejan sillas ?; ya lo decía Cohn Bendit, el viejo líder del Mayo del 68 y ahora parlamentario de Los Verdes alemanes; «Si no se acaba con la corrupción política, Europa no tiene solución».

Si hablásemos con los cansinos muros de los monasterios de Obona y Barcena seguro que nos contarían historias llenas de errores y aberraciones, las suficientes para que pudiésemos empezar a corregirnos y de momento los podríamos utilizar, no como lujosos paradores, simplemente como albergues del Camino de Santiago.