Oviñana (Cudillero),

Ignacio PULIDO

La historia del submarino C-5 se ha convertido en epítome del devenir de la Armada Republicana durante la Guerra Civil. Intrigas, desaciertos y un final trágico jalonan la participación de este sumergible en la contienda. A principios de septiembre de 1936, tras ser trasladado al mar Cantábrico, el C-5 libró un combate con seis bous rebeldes artillados, un hidroavión y el crucero «Velasco». Como resultado de la escaramuza, el sumergible se quedó sin propulsión y permaneció durante cuarenta y cuatro horas a ochenta y cinco metros de profundidad frente al cabo Vidio.

En julio de 1936, el C-5 se encontraba en Cartagena, lugar donde había sido construido seis años atrás. Su comandante por aquel entonces, el capitán de corbeta Antonio Amusátegui Rodríguez, fue detenido y fusilado al ser considerado adepto a la causa rebelde. La actuación dio lugar a un vacío de poder que acabó con el contramaestre Jacinto Núñez al mando del sumergible. Sin embargo, Nuñez fue pronto sustituido por el capitán de corbeta José María de Lara y Dorda, quien nunca llegó a gozar de la confianza de sus hombres. No obstante, el mando real acabó en manos del auxiliar de radio José Porto, presidente del comité político del sumergible.

La mala suerte marcó desde un principio al C-5. El 26 de agosto de 1936 varó frente a Tarifa. Esa misma jornada colisionó con el C-1 «Isaac Peral» al levar su ancla cuando se disponía a poner rumbo a Portugalete. Ramón Cayuelas, tripulante del C-5, señala en su obra «Relatos inéditos de los submarinos republicanos en la guerra civil española» que el viaje de traslado al País Vasco se realizó sin prisas y que incluso llegaron «a tomar el sol en cubierta. La primera misión encomendada en el Cantábrico al C-5 fue la caza del acorazado «Almirante Cervera» en las inmediaciones del cabo Peñas, el 1 de septiembre. La empresa resultó ser un fracaso. «Lara se negó a abrir fuego puesto que el crucero alemán "Königsberg" se interpuso entre ellos y su objetivo», comenta el investigador Javier Alonso-Iñarra.

Al día siguiente, el C-5 avistó frente a Luarca a los bous artillados «Juan Ignacio» y «Argos». «José Porto ordenó abrir fuego sobre ellos con el cañón antiaéreo de cubierta ante la negativa de Lara», precisa Alonso-Iñarra. El C-5 no logró hacer blanco y los barcos rebeldes iniciaron una persecución del sumergible, a la que se sumaron los bous «Denis», «Galicia», «Tritonia» y «Virgen del Carmen».

«Los perseguidores hicieron fuego sobre el C-5 durante horas. A ellos se sumó también un hidroavión Savoia y el destructor «Velasco», que cerró la vía de escape del C-5 a la altura del cabo Vidio. «El "Velasco" lo cañoneó y lanzó cargas de profundidad», subraya Alonso-Iñarra. En vistas de lo delicado de la situación, el C-5 optó por sumergirse a toda prisa. Durante la maniobra, la explosión de una carga de profundidad dejó al submarino sin propulsión, precipitándolo hasta los ochenta y cinco metros de profundidad.

Dentro del submarino la situación era angustiosa. Todos desconocían la envergadura de las averías y temían porque se agotase el oxígeno. «Para ahorrar oxígeno, Lara indicó que las órdenes se darían por escrito. Los hombres no ocupados debían permanecer inmóviles en sus literas», explica Alonso-Iñarra. Durante horas, la tripulación se afanó por trasladar con cazos el agua de los habitáculos inundados a la cámara de proa. Mientras, en superficie, se oían las hélices de sus perseguidores. Después de casi cuarenta y cuatro horas en el fondo del mar, el C-5 logró emerger y se trasladó a Bilbao para ser reparado.

La última misión del C-5 tuvo lugar el 30 de octubre de 1936 en el entorno del cabo Mayor (Cantabria). Tras avistar al acorazado «España» el submarino lanzó varios torpedos que erraron. Porto acusó a Lara de haber saboteado los proyectiles y el sumergible regresó a Portugalete donde permaneció hasta el 31 de diciembre. Ese día, el C-5 se hizo a la mar a las siete de la tarde con cuarenta y un tripulantes a bordo. Nunca más fue visto.

A la mañana siguiente, dos pesqueros hallaron manchas de aceite y gasoil diez millas al norte de Ribadesella. Los restos del sumergible nunca fueron hallados y las causas de su desaparición continúan siendo un misterio a pesar de que se ha llegado a especular con un posible sabotaje llevado a cabo por el comandante Lara.