La autovía de la Espina arrancó gracias a los fondos mineros. Más tarde, la asumió Fomento. Durante dos legislaturas, fue de retraso en retraso, hasta que Pepiño Blanco, tras inaugurar el tramo entre Grado y Doriga, mandó parar. El señor Buendía, entonces Consejero llariego de Fomento, vino a decir que aquello no era nada grave. El PP astur, tan combativo y ocurrente como de costumbre, sugirió que se terminase la autovía con fondos mineros. Pasó el tiempo del zapaterismo y, según parece, el actual Gobierno de España no está por la labor de transferir las cantidades pendientes de los fondos mineros, cantidades que el anterior ejecutivo arecista no gestionó. El fondo y trasfondo de todo esto es el de la geografía del abandono que se suma a los restos de un proyecto ferroviario entre Cangas del Narcea y San Esteban de Pravia, reclamo perfecto para un turismo literario que demanda visitar parajes que muestren lo que pudo haber sido y no fue. ¿Será éste nuestro sino?