Abres (Vegadeo)

«Mi gozo en un pozo», masculló el general Franco al ver cómo uno de sus ayudantes rompía, ante sus narices, el sedal del que pendía un salmón recién atrapado. A Álvaro Oliveros, que estaba supervisando la operación, no se le olvidará el comentario de aquel hombre parco en palabras que durante años no se perdió la temporada de pesca en el Eo. Esta es sólo una de las muchas anécdotas vividas por Oliveros en sus casi cuarenta años como guarda fluvial o guardarríos, como se decía entonces.

Oliveros nació en el mes de septiembre de 1929 en la margen gallega del río Eo, en el concejo de Trabada, aunque a los 11 años se trasladó con su familia al lado asturiano. La vida de este ribereño de 82 años ha estado desde siempre marcada por el río que recorre esta tierra fronteriza, en el cual, siempre que puede, sigue pescando. Ahora, en su casa de Abres (Vegadeo), revive sus andanzas.

A Oliveros le pesa no haber tenido la oportunidad de estudiar, pero nació en tiempos duros y con 16 años le tocó arrimar el hombro. Su padre era pescador y su madre se ocupaba de vender cada día las capturas de su marido en la plaza de Vegadeo. Recuerda sus primeros días de pesca con su padre. Tenían una lancha de remo en la que viajaban cuatro hombres. Se dedicaban a lo que se denominaba entonces como «rapetar» por la ría del Eo.

A la altura de Castropol o Ribadeo solían hacer un círculo con la red para capturar todo tipo de peces: salmonetes, sollas, lenguados, panchos, congrios... «La ría era muy rica entonces y había muchísimas especies, sobre todo salmonete», explica. Las horas de pesca dependían de las mareas, pero solían faenar por la noche.

Oliveros rememora las piquillas entre los marineros de Abres para ver quién llegaba antes a la ría. Desde luego, el viaje exigía buena condición física, ya que el camino entre Abres y la ría a golpe de remo se podía demorar hora y media. De aquellas competiciones entre pescadores surgió la afición al remo y a las regatas de botes que aún hoy sigue viva en la zona. «Había mucha afición porque estábamos muy acostumbrados a remar y tirar por la cuerda para colocar el cerco. Me acuerdo de tener los dedos todos gastados», precisa.

A los 19 años se fue a El Ferrol para prestar el servicio militar por la especialidad de Marina y volvió a casa licenciado con 21 años. Por aquel entonces se estaba iniciando la construcción de una escala para el salmón en el río y Oliveros ayudó a los operarios a sacar arena del río para levantarla. «Tenía una pequeña lancha que usábamos para pescar por aquí y también para ir por algas para abonar la tierra. Así que me contrataron y me pagaron muy bien, a 30 pesetas cada cargamento, que era una fortuna».

El servicio de pesca de Galicia -que entonces se ocupaba de todo el cauce del Eo- buscaba un guarda más para la zona y los agentes que vinieron a supervisar las obras de la escala salmonera se fijaron en Oliveros, como buen conocedor del cauce. Le propusieron ocupar el puesto y, tras realizar la pertinente prueba, quedó asignado al coto de Abres.

Corría la década de los cincuenta y el Eo vivía su época de esplendor. «Había muchísimo pescado, me acuerdo de días en los que el río daba 35 salmones. Cualquiera que llegaba, con poco que supiera de pesca, lograba sacar algo», explica Oliveros. También había mucho furtivo y por eso se veía obligado a cursar denuncias si se daba el caso. Era la peor parte de un oficio que le obligaba a recorrer todas las esquinas del río ataviado con su uniforme y a pasar muchas horas dedicado al papeleo. «La verdad es que había mucho trabajo todo el año, pero, sobre todo, cuando se abría la temporada, que solía ser el segundo domingo de marzo», relata.

Entonces la zona se llenaba de visitantes. «Veías matrículas de todas partes, venía muchísima gente. El Eo siempre fue un río tempranero y muy bueno». El general Franco era uno de los visitantes que generaban más revuelo porque venía acompañado de un séquito de decenas de personas. Aunque dormía en el parador de Ribadeo, establecía un campamento en San Tirso, donde descansaba y comía. A Oliveros le tocaba siempre acompañarle en sus jornadas de río, aunque pocas palabras intercambiaron.

Otro popular visitante del Eo fue el ex presidente gallego Manuel Fraga. «Se recorría mucho el río, aunque le gustaba más la trucha que el salmón», dice Oliveros.

La labor de los guardas del río era controlar pero también acompañar e informar a los pescadores. Por eso en temporada de pesca no había tiempo para el descanso. Entre los quehaceres de los guardas estaba también el desove artificial de los salmones, operación que realizaban en diciembre.

Oliveros empezó haciendo su ronda en bicicleta y terminó cubriéndola en un vehículo oficial. Por fortuna, el sistema de trabajo también evolucionó y mejoró. Pero lo que hoy más echa de menos este ribereño es el esplendor del río que lo vio crecer y que hoy en día vive sus horas más bajas.