Figueras (Castropol),

T. CASCUDO

María Ignacia Castro acudió a su cita diaria con la venta de pescado hasta la víspera de dar a luz. Ese día también salvó los 72 escalones que separan la punta del muelle de Castropol del casco urbano cargada con una cesta de pescado que portaba en la cabeza. Era su oficio, el único posible en muchos núcleos marineros como Figueras, y a él entregó dieciocho años de su vida. Las pescantinas, mujeres de otra pasta, recibieron ayer un meredísimo homenaje en la localidad figueirense. El acto formó parte del programa de actividades del Ayuntamiento para conmemorar el Día Internacional de la Mujer.

Horas antes del reconocimiento, LA NUEVA ESPAÑA conversó con ellas. La más veterana es Julia Iriarte, que a sus 87 años aún conserva la fuerza con la que antaño recorría a pie la distancia entre Castropol y Vegadeo. «Desde Figueras pasábamos en lancha a Castropol y allí con la cesta en la cabeza echábamos a andar», precisa. Su rutina diaria pasaba por caminar hasta Vegadeo, donde vendía en la plaza. Lo normal era cargar con unos treinta kilos.

Cada una tenía sus zonas de venta establecidas y además las rutas solían heredarse de madres a hijas. Carmen Díaz se ocupó de la venta por los pueblos de los alrededores de Castropol, cargada también con la cesta, «el feixe» como ellas le llaman.

San Juan de Moldes, El Valín, Lantoria, Vilavedelle... eran algunos de los núcleos de paso para Carmen, que reconoce haber pasado miedo muchas veces: «Mucho tengo pasado, porque para ir de un pueblo a otro había que cruzar por el medio del monte». Precisamente por esos miedos andaban ágiles y se paraban poco. Lo cuenta Isabel Castro, quien recorría con extraordinaria rapidez la distancia de Figueras a Tapia: «A veces iba a Tapia a llevar abadejo y llevaba una cesta en la cabeza y otra colgada del brazo. Del miedo acababa por correr».

El oficio de pescantinas, vendiendo por los pueblos el pescado, era sólo una parte de su ocupación. En función de la marea, también aprovechaban para mariscar y sacar almejas para vender. El resto del tiempo había que atender la casa, el ganado, la tierra y también lavar la ropa en el río. Aunque parezca increíble, confiesan, también hubo tiempo para echarse algunas risas.

El homenaje de ayer partió de un trabajo de campo elaborado por la asociación Cristo de Buen Viaje de Figueras para identificar a todas las pescantinas del pueblo. Tienen un censo en torno a treinta, de las que una veintena ya han fallecido.

Fernando García explica que el trabajo de estas mujeres sigue sin estar reconocido pese a que constituyeron durante años «la base social y económica de los pueblos marineros como Figueras». La figura de la pescantina se mantuvo intacta hasta finales de los años cuarenta del pasado siglo. Con la aparición de los lonjas cambió el sistema de venta y se acabó la labor de estas mujeres trabajadoras y valientes.