Jarrio (Coaña)

José Alonso -popularmente conocido como «Alonso, el marmoleiro»- se levanta cada día a las siete de la mañana y a las ocho y cuarto está puntual en Jarrio para abrir un negocio que fundó hace treinta y tres años. Aunque lleva una década jubilado y sus hijos dirigen la empresa, Alonso no termina del todo de colgar el uniforme. Acostumbrado a jornadas laborales de hasta dieciséis horas poco entiende de descanso. Quizás por eso lleva con tanto disimulo sus casi ochenta primaveras.

Mucho antes de fundar Marmolería Alonso este tapiego ejerció las más diversas profesiones. Nació en la parroquia de A Roda, concretamente en el núcleo de Bustelo. Aprendió lo básico en la escuela nocturna y en cuanto sumó trece años empezó a llevar dinero a casa. Su primer trabajo fue en la construcción de la vía férrea Ferrol-Gijón. Estas obras dieron un poco de aliento a una comarca que sufría la dureza de la posguerra. «El tren dio mucha vida a la zona porque había una miseria tremenda», cuenta.

Como Alonso era demasiado joven para los trabajos más duros, ejerció de pinche en varios tramos de la vía. Durante bastantes meses estuvo ayudando a su padre que ejercía como ferreiro encargado de la reparación de herramientas. «Había una fragua en As Campas y allí estábamos. Trabajábamos diez horas y teníamos que ir andando, casi dos horas de ida y otras tantas de vuelta».

Después de la vía estuvo unos años en un caserío de A Roda conocido como «Ca El Gaiteiro», en el que hacía un poco de todo: desde ordeñar las vacas a cocer pan. Cuando cumplió los dieciocho entró a formar parte de la plantilla de la tejera de A Roda. Dedicada a la fabricación de ladrillos la tejera daba empleo a una veintena de obreros. Aún hoy se mantiene en pie la chimenea, que antaño humeaba durante las horas de cocción.

«Mucho ladrillo tiene salido de allí. Se levantó la tejera justo en la cantera del barro, recuerdo que había que cavar para sacarlo y después se molía, se cocía y se dejaba secar. Después venían camiones para llevarlo a todas partes», recuerda. Durante años la tejera de A Roda fue la única de la comarca.

Pero su periplo laboral no termina ni mucho menos en la comarca occidental. Después probó fortuna en Mieres y trabajó en las obras de construcción de una carretera. El servicio militar se cruzó en su camino y le llevó hasta San Fernando en Cádiz. Allí pasó 21 meses y no guarda mal recuerdo de aquel tiempo ya que se libró de la instrucción. El ayudante del coronel lo seleccionó para su servicio personal y pasó la mili como camarero -así se llamaba el puesto- en casa del coronel. «La verdad es que no me quejo, nos daban bien de comer y teníamos pases para ir al cine», bromea.

Con la licenciatura bajo el brazo regresó a Asturias y probó el oficio de minero, concretamente en el pozo mierense de Polio. Por un contacto de su hermana -que servía en casa de un capitán del ejército- logró salir de la mina y entró en la marmolería ovetense de Belarmino Cabal. Alonso ejercía de pinche en este negocio, hoy desaparecido, de Ciudad Naranco.

Allí empezó a conocer un negocio, el del mármol, al que dedicó su vida. Pero donde verdaderamente conoció todos los entresijos del oficio fue en la marmolería Delfín. «Como éramos cuatro trabajadores teníamos que aprender a hacer de todo. Allí aprendí el oficio». Dos años más tarde cuando «xa aprendera algo» ejerció como oficial en Mármoles Serrano. En este negocio gijonés pasó dieciséis años dedicado a pulir cantos, medir y cortar piezas...

El secreto del mármol es «querer aprender y tener un buen maestro», dice este profesional de cuyo buen hacer dan fe buena parte de los constructores de la comarca. Cuenta Alonso que algunos arquitectos le han dado que pelear porque presentaban ideas sobre el papel que a veces eran prácticamente inviables en la práctica. Pero aún así pocos trabajos se le resistieron.

En 1979, a los cuarenta y siete años de edad, fundó su empresa en Jarrio, por eso se puede decir que es la firma precursora del pujante polígono coañés. «Cuando vine a ver el terreno no había nada más que una poza. Funcionaba aquí al lado una tejera y estaba todo embarrado, pero el sitio me gustó y además tenía corriente y agua». Tras algún que otro problema con los permisos logró levantar un «chabolo» -como lo define entre bromas- que con los años ha ido creciendo y mejorando. Alonso montó el negocio y se asoció con su hermano Agustín, después se sumaron sus hijos con lo que se puede decir que es un negocio familiar en toda regla.

Se animó a montar la empresa porque la zona entre Luarca y Ribadeo carecía de empresas dedicadas al mármol. Además, relata, «no había una vez que viniera a Salave, a casa de mi mujer, sin traer algún pedido».

En los años del boom inmobiliario la empresa vivió su época dorada y llegó a tener contratados a catorce empleados. Además abrieron una sucursal del negocio en Luarca que ahora gestiona uno de sus hijos. Hoy la firma da trabajo a seis empleados y sobrevive a la crisis gracias a los pedidos de particulares y también a las obras en cementerios, donde el mármol juega un papel protagonista.