Era obligado bajar del pueblo hasta Salas para conocer, ver y escuchar a los mariachis que actuaron en la plaza de la Veiga en una de las noches estelares de las fiestas del Bollo, que según los entendidos estuvieron muy bien, aunque la hostelería parece que no acaba de recuperar un nivel de economía sostenible, que diría algún político. Los artistas mexicanos -a lo mejor había alguno de Noreña porque en esto de la música nunca se sabe- salieron al escenario perfectamente uniformados de blanco blanquísimo, con sus guitarras, guitarrones, trompetas y con los sombreros típicos aztecas e hicieron un recorrido por las rancheras, corridos y demás argumentos del folklore de su país. Todo perfecto y se supone que con arreglo al guión previsto.

El problema para el personal de a pie llegó cuando había que saludar a algún amigo y resultaba prácticamente imposible escuchar o ser escuchado. Tal era el volumen que los técnicos de los mariachis habían dado al correspondiente equipo que por ser en la villa puede ser alimentado por la red eléctrica urbana, pero que en los pueblos, para mucho menos, hay que ir a buscar un generador de gasóleo a Alvemaco de Tineo donde te llevan dos en un camión por el precio de uno para que si hay fallos la fiesta no quede a oscuras. Garantía total y así la comisión puede dormir -es un decir porque los comisionados nunca duermen- ya que la verbena y la venta en el bar está asegurada.

Tras los mariachis actuaron otros músicos digamos que de aquí, pero con idéntica potencia de sonido. Para poder hablar cuatro palabras con los amigos que encontré tuvimos que refugiarnos primero en Casa Pacita, después en El Frixuelu, probamos en el Abel y por aquello de tener más garantía de entendernos llegamos por la calle de la Pola hasta la cafetería la Gran Vía de Gustavo y Vidalina, que son de Linares y siempre acabamos hablando sobre cosas de los pueblos. Los músicos atacaron hasta pasadas las cuatro de la madrugada sin bajar ni un decibelio.

Los tiempos y las técnicas avanzan tanto que ya se están desvirtuando hasta las fiestas. No hay romerías de por la tarde. Sólo hay verbenas que comienzan al filo de la medianoche. Y tienes que estar mudo. Y te dejan sordo. No hay posibilidad de hablar con nadie ni para pedir fuego porque como no se entiende nada, por el estruendo de la música, igual el vecino de al lado cree que le pides un billete de cincuenta euros y echa correr por si acaso. Y es injusto que nadie en ninguna parte haya hecho jamás un homenaje a aquellos vocalistas de las orquestas que iban por nuestros pueblos con un altavoz como los que utilizan los chatarreros en sus furgonetas, arropados por unos músicos subidos a unos escenarios de tablones desnivelados y tocando tarde y noche a pleno pulmón. Y en algunos casos, alumbrados por la luz de los carburos. Para quitarse el sombrero? mariachi.