Santiago de Abres (Vegadeo),

A. M. SERRANO

«Trabajo, honestidad y economía» era lo que pedía siempre Álvaro Fernández para cada año nuevo en Santiago de Abres. La pequeña localidad veigueña saben lo que es tener un cura «para el recuerdo» y lo demostraron ayer, reuniéndose para conmemorar los 25 años de la muerte de su párroco de toda la vida, que falleció el 5 de enero de 1988 a los 107 años. Era entonces el cura más longevo de España. «Pero ese dato no es más que una anécdota. Lo realmente importante es que su figura supo unir a la gente en tiempos de crisis social», explica su sobrino político, Evaristo Fernández.

Evaristo va camino de emular a Álvaro, pues tiene 105 años y disfruta de un perfecta lucidez. Se acuerda de su tío porque «fue muy importante para que Abres tuviera cosas». Álvaro Fernández estuvo casi setenta años en este pequeño pueblo veigueño de 250 habitantes que vivió y vive del sector primario. En la iglesia hay una placa que recuerda su labor en favor de los vecinos por los habitantes y el día de su muerte. Durante la Guerra Civil «tapó a los dos bandos e intentó siempre que Abres estuviera en paz». El párroco actual, José Luis Varela, asegura que él pretente «dar continuidad a esta paz» que ayudó a sembrar su antecesor.

Álvaro Fernández llevó una vida tranquila y apenas salió de Abres. Natural de Mohías (Coaña), se adaptó a la perfección a un pueblo que mira a la ría de Abres y que ha sabido crear amistad con sus vecinos gallegos. Al otro lado de la ría, los pueblos de la vertiente gallega acuden a misa a Abres, donde Álvaro Fernández empezó a predicar durante horas en las misas y a tener especial interés por la educación de la juventud. Su espíritu se nota sobre todo de puertas adentro, en el templo. «Evitó que los muebles antiguos se llevaran de la iglesia y era habitual verlo reparando el tejado», explica Manuel Álvarez, vecino de Abres y actual concejal en Vegadeo. La iglesia de Abres es ejemplar para el municipio. De puertas adentro, los retablos están más deteriorados, pero el exterior fue reformado gracias a los vecinos del pueblo y el tesón del centenario párroco. «No sabía vivir sin administrar», explica otro vecino, Juan Alfonso. Del cura se guarda un recuerdo especial por su cercanía y cariño, pero también por saber dar prioridad a las necesidaddes. La Casa Rectoral donde vivió permanece ahora cerrada, pero siempre fue la «casa de la austeridad». «Si viera este consumismo de ahora...», dice Manuel Álvarez.

El párroco decidió descansar para siempre en el cementerio de Abres. Allí hay unas «2.000 almas», según Lolita Amor, hija de una sobrina de Álvaro Fernández, que se encuentra entre ellas. Ayer, varios vecinos acudieron a visitar su lápida. El párroco tuvo en vida un homenaje, cuando cumplió cien años. Se celebró en Vegadeo y en él estuvieron presentes algunos de los vecinos que visitaron ayer la iglesia. «Fue un día especial», confirman. También ayer se tuvo un sentido recuerdo para el cura que presumía de no fumar ni beber y de tener fortaleza. Ninguno de sus vecinos saben cuál era el secreto de su longevidad, pero sí tienen claro que se implicaba día a día con cada cosa, por pequeña que fuera, y que así era feliz.