Eran funcionarios, por oposición y de por vida, de la Diputación Provincial. No disponían de maquinaria alguna. Un pico, una pala y un carretillo. Tenían la misión de mantener limpias las cunetas de toda la red viaria regional. Era cuando se decía eso de «eres más vago que la chaqueta de un caminero». Tenían un sueldo de miseria, pero, como vivían en la aldea, cultivaban el huerto y algo más, con lo que su economía familiar era boyante para la época del racionamiento.

Con la llegada de las máquinas modernas de obras públicas el cuerpo de camineros desapareció de la nómina de aquel organismo provincial en la que los diputados no cobraban sueldo y viajaban a Oviedo en el Vasco o en el Alsa. Pero los llamados oficialmente peones camineros desaparecieron al llegar todo esto de las autonomías. Era un servicio que funcionaba bien y se quiso sustituir por las máquinas sin ser conscientes de que éstas necesitan también quien las haga funcionar. Pero jamás consiguieron las desbrozadoras limpiar una cuneta como lo hacían los camineros a pico y pala. Aquello era pura artesanía. Y sin chaqueta.

Estos últimos días opinan los técnicos en obras públicas que las cunetas sin limpiar adecuadamente son la causa de muchos de los destrozos que el temporal de lluvias causa en las carreteras. Los camineros no dejaban tampoco crecer los árboles que presumían iban a caer sobre las cunetas. «Oye chachu, ese carbayu paezme que ta pingón y voy a mete-y un par de hachazus ya llevalu pa la cocina». Y el caminero no tenía que presentar ninguna instancia a la superioridad. Todo era más sencillo. En todo caso, el hacha lo resolvía en minutos.

Había camineros que cultivaban un huerto en alguna pequeña parcela que tenía la carretera sobrante de algún tramo renovado. Más que huertos eran jardines. Ni una mala hierba. Y buenas cosechas. Todo era aprovechable y, por supuesto, ni vestigios de escayos o sebes improductivas. Mandar hacer eso a los conductores de una pala moderna es inútil porque la máquina no está diseñada para esos oficios.

Llegados a este momento y situación parece necesario que sin que las máquinas pierdan su importante función tengan detrás, delante, o a la par, el complemento de un cuerpo similar al de los camineros del siglo pasado que tenían a su cargo unas leguas de cuneta y las conservaban limpias, relucientes y sin un papel de fumar que pudiera entorpecer el discurrir de las aguas que tantos destrozos ocasionan en estos tiempos de tormentas con nombres raros. Como no hay máquinas suficientes y los operarios de las mismas cobran las horas extras con un año de retraso, muchas cunetas no se limpian y en esto llegó la ciclogénesis y armó lo que todos sabemos. Con los camineros de la pala, el pico y el carretillo, ni un matu. Algo que funcionaba bien, lo quitaron. ¡Que vuelvan los camineros!