Los habitantes de las zonas altas del Occidente están acostumbrados a que la nieve forme parte de su vida. Sin embargo, en el litoral la caída de copos es un acontecimiento.

«Lo de antes sí que eran nevadas». «Antiguamente nevaba de verdad». «Lo de ahora no es nada comparado con lo de hace años». Siempre los mismos comentarios cuando llega el invierno y la nieve, y los mayores restan importancia a los temporales de hoy en día, porque echan la vista atrás y aseguran que los de hace años sí que eran fuertes, comparados con los de ahora. LA NUEVA ESPAÑA ha rescatado fotografías antiguas -unas de hace medio siglo, otras de unos cuantos años atrás- y recogido testimonios de aquellos que vivieron las nevadas «de verdad».

Nevar encima del pan. Así se refieren los somedanos del Valle del Lago a las nevadas por encima de los 1.200 metros, habituales en la comarca en los inviernos, que dejan caer los copos sobre el trigo. Pero en la zona alta sigue nevando como siempre, «Ni antes era todo el invierno nevando ni ahora no nieva nada, son ciclos», asegura María Teresa Lana, hija de los dueños de Casa Lauteiro, el mítico bar del pueblo de El Valle.

Recuerda Lana que cuando era pequeña los inviernos eran parecidos a los de ahora pero que si la nieve llegaba a El Valle se quedaba durante más tiempo entre los valles somedanos. Así, comenta que en la memoria colectiva de los vecinos está un invierno, en los años de la Guerra Civil, en el que no nevó en los tres meses de la estación, mientras que durante la década de los ochenta hubo un año completo de nieve.

Para Lana, aunque sí advierte un aumento de la temperatura media, lo que ha cambiado en los últimos tiempos no ha sido el clima sino las mejores condiciones de vida. Antes, hasta los años noventa, cuando nevaba el pueblo se quedaba aislado durante cuatro o cinco días. Y el que quería bajar a La Pola de Somiedo tenía que hacerlo andando. En una ocasión, siendo ella una niña, recuerda que falleció una vecina de Urría y para subirla a El Valle para el sepelio tuvieron que llevar a hombros el féretro entre la nieve, a pie.

Los vecinos se organizaban en sextaferias para limpiar. Tenían en marcha un sistema para abrir el camino de un pueblo a otro. Empezaban los de las zonas altas a retirar la nieve y así iban sumando gente de pueblo en pueblo. Otro de los problemas que planteaba la nieve era que las vacas no podían salir a comer ni a beber. En algunas zonas de El Valle, se acumula mucho la nieve, lo que los somedanos llaman «trabe», por lo que los vecinos cavaban un túnel para pasar a los animales hacia la fuente.

Lana recuerdas grandes nevadas. Por ejemplo, la de 2005, cuando ya en el puente festivo de El Pilar, el doce de octubre, tuvieron que mandar las quitanieves a los puertos. También de marzo de 1996 . La quitanieves no pudo ni llegar a la población y tuvieron que depender de una máquina turbo para abrir camino. Cuando llegaron a la escuela, donde trabajaba, vieron que el peso de la nieve había destrozado el invernadero.

En los años 70, y cuando aún no estaba en funcionamiento la estación de esquí de Leitariegos, los vecinos del concejo de Degaña subían a esquiar al puerto de Cerredo. Las nevadas eran tan impresionantes que, una vez, un autobús quedó completamente cubierto y hubo que comenzar a quitarle la nieve, con las palas, empezando por el techo.

Gil Barrero, que fue administrativo en el Ayuntamiento de Degaña durante más de 30 años, cuenta aquellas experiencias: «Antes no se abría la carretera y pasábamos semanas aislados. Se dependía más de los vecinos y había más convivencia que ahora. Quedábamos encerrados en casa, ayudándonos los unos a los otros, hasta que se podía volver a pasar por la carretera». Sobre lo de subir a esquiar, Barrero explica: «No era nada profesional, ni mucho menos, pero había una pequeña bajada y una llanada después y la gente iba a divertirse».

Que nieve es muy guapo, sobre todo, para los niños. Pero para los mayores la cosa se complica y más si se vive en un pueblo apartado o en zonas con dificultades de comunicación. Eso lo saben muy bien en Somiedo, donde antaño para ir a trabajar o ir al médico, en pleno invierno, vivían una pequeña odisea. Y en estos casos siempre es muy socorrida la ayuda vecinal. A falta de los medios de los ayuntamientos, que no pueden acceder a los pueblos más incomunicados, contar con la ayuda del vecino es muy importante. Es el caso de un grupo de jóvenes somedanos de los noventa, que a primera hora echaron mano de las palas para abrir camino a un vecino, para que fuera al médico.

Figueras (Castropol), T. CASCUDO

Laureana Martínez se remonta al año 1948 para rememorar la última nevada de consideración en la costa castropolense, nada menos que hace 65 años. Esta figueirense de 86 primaveras no se olvida de aquel año, pues fue el de su boda. Corría el mes de febrero cuando la nieve llegó al mar y tiñó de blanco esta localidad a orillas del Eo. «Me acuerdo perfectamente porque aquel día nació una sobrina de mi marido, después fuimos sus padrinos. Además, me casé en abril, dos meses después. Fue el último año que cayó una nevada gorda de verdad», relata Martínez. Cuatro años antes, en 1944, la nieve también había hecho acto de presencia en la zona. «Fuimos a un entierro en plena nevada. Cuando llegamos al cementerio, ya que se iba andando desde el pueblo, la caja estaba blanca». Esta figueirense recuerda calzarse sus madreñas (galochas o zocas en la zona) para caminar por la nieve, pues era el único calzado resistente y seguro. «Aquella nevada duró un par de días», recuerda. A Martínez le gustaba ver nevar, «trapear» como ella dice, pero no el frío que acompañaba la nevada. «Era guapo pero muy frío, y yo siempre fui muy friolera», zanja.

Esta figueirense recuerda jugar de niña en un campo junto a su casa de Granda: «Era un campo pendiente, libre de árboles, y jugábamos a hacer muñecos de nieve y tirar bolas. La verdad es que era muy guapo ver los árboles cargados de nieve».