Gillón (Cangas del Narcea),

Pepe RODRÍGUEZ

No saben cuándo van a cobrar, ni siquiera saben si van a cobrar, pero los vecinos de Gillón (Cangas del Narcea) están enormemente felices por la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Asturias (TSJA) que se les da la razón en lo que llevan pensando décadas: Antracitas de Gillón destrozó el pueblo y el Principado fue cómplice por no llevar a cabo ninguna labor de vigilancia.

La sentencia, que es recurrible ante el Tribunal Supremo, condena a la empresa minera Antracitas de Gillón y a la consejería de Economía del Principado de Asturias, de manera solidaria, a pagar 3,5 millones de euros a 17 vecinos del pueblo tras considerar probado que la actividad minera fue la que hizo que las casas y las fincas de la zona se fueran agrietando.

Las dudas de los vecinos sobre el cobro de la sentencia tienen que ver con que la empresa cerró en el año 2005 y, por lo tanto, creen que será difícil exigir a los antiguos gestores el pago de la misma. Sin embargo, el hecho de que el Principado sea considerado como culpable solidario despeja muchos temores.

La batalla por defender sus derechos comenzó hace muchos años, en la década de los setenta. Ya entonces comenzaron a notar que los prados y las fincas empezaban a presentar grietas y en no pocas viviendas se producían roturas de muros. En los años ochenta se generalizaron estos desperfectos y comenzó el proceso judicial.

Este proceso no llegó a buen puerto, con numerosos problemas entre algunos de los vecinos y los abogados que lo llevaban, lo que derivó en un nuevo intento de defender sus intereses en el año 2006. Entonces sí, al fin, pudieron acudir al Tribunal Superior de Justicia de Asturias para que este dictaminase si tenían razón o no en sus demandas, algo que, en este año 2013, se ha sustanciado positivamente.

Cuenta José María Antón, de casa «La Veiga», la felicidad que vive el pueblo: «Pues por supuesto que tenemos alegría, sí, y no poca. Llevamos con esta pelea desde los años ochenta».

Confiesa este vecino de Gillón que se comenzó el proceso judicial sin muchas expectativas: «No pensábamos sacar ni una peseta porque piensas que los poderosos siempre van a escapar de alguna manera. Además, como ya había cerrado la mina y los dueños habían marchado de por aquí, pensabas "¿quién va a ir detrás de ellos?". Por eso la sorpresa, cuando nos dijeron que ganábamos la sentencia, fue grande».

Antón es de los que no sabe cuándo se cobrará la indemnización, pero tiene claro que, hasta ahora, son ellos los que han gastado el dinero: «Gastamos dinero en el juicio y gastamos mucho dinero en arreglar las casas. Si no las arreglábamos caían con todo. Eso sin contar con que las fincas algunas casi hubo que dejar de trabajarlas, que en muchas, por las grietas, no entra ni siquiera una segadora».

José García, de casa «Sastre», opina de manera muy similar a sus vecinos: «No sé si acabarán pagando o no, pero por lo menos la satisfacción de ganarles el juicio y que nos den la razón ya no nos la quitan».

Ese aspecto, el del triunfo moral, además del económico, es el que flota en las conversaciones entre los habitantes de Gillón estos días, tras conocerse el fallo del tribunal. Subraya José: «De no tener a nada a tener una sentencia ganada va mucha diferencia». Su mujer, Mary Galán, rehusa hacer cualquier declaración o salir en fotos, pero apunta, dentro de la alegría, con el carácter realista que distingue a las mujeres del mundo rural: «A ver luego en que queda todo».

Para estos vecinos lo que es indudable es el grave deterioro del pueblo y que esos desperfectos tuvieron que ver con la explotación minera que se estaba llevando a cabo en su subsuelo.

«Esto está aquí para verlo, lo puede ver cualquiera. Tú, el juez, los abogados, el Principado, la empresa... cualquiera que venga y vea los muros, los praos, sabe lo que ha pasado».

Y es que la propia empresa, tal y como recoge la sentencia, dedicó parte de sus recursos a ayudar a los vecinos a reparar sus viviendas, en su día, lo que fue una declaración implícita de culpabilidad.

Elena Vuelta, de casa «Ardura», concluye: «Están todas las casas repisadas, están las fincas, que algunas tienen hasta dos metros de desnivel en las grietas... lo ve cualquiera».