Moal (Cangas del Narcea),

Pepe RODRÍGUEZ

Habría pasado ya más de medio centenar de corredores por la mitad del recorrido cuando un chaval, de unos 20 años, acometió la subida a la Pena Moncó con más ímpetu del necesario; pisó en barro, en vez de sobre la nieve, y dio con la parte baja de la espalda, allá donde la misma pierde su casto nombre, en un montículo de nieve sin pisar, que aplastó al instante; se quedó quieto unos segundos, como dándose cuenta, de repente, del enorme cansancio que tenía, de lo que le dolían las piernas y de lo que le costaba respirar, y en ese momento, un corredor veterano, que, al menos, le doblaba la edad, le tendió la mano, le puso de pie con gesto recio y le dijo: «venga, guaje, que todavía nos queda lo más guapo».

Y es que si algo quedó claro en la segunda edición de la carrera de Moal (Cangas del Narcea) «Puerta de Muniellos» es que todos los protagonistas, desde los participantes hasta los organizadores y los voluntarios, están ahí para disfrutar: del monte, del esfuerzo, de la carrera, de la naturaleza... incluso de estar cansado y de pasarse días organizando la seguridad y la limpieza del recorrido. Por eso, cuando la meteorología decidió que, este año, la carrera de Moal discurriría por un recorrido cubierto de nieve, alguno pudo sentirse agobiado por la perspectiva y algún otro pudo maldecir su mala suerte, pero la inmensa mayoría de quienes tenían algo que hacer en Moal lo vieron como una oportunidad para disfrutar aún más de un recorrido único y para vivir una experiencia irrepetible.

La carrera de Moal transcurre por un trazado de 20 kilómetros a través de los montes, por terrenos adyacentes a la Reserva Natural Integral de Muniellos, con un desnivel acumulado de 2.450 metros.

El inicio no es especialmente duro, pero sí estrecho, por lo que los adelantamientos son complicados. Al poco de pasar el primer avituallamiento, hay que subir al Montecín y, desde allí, en ligera bajada, llegar hasta el Chano la Cuchada, donde, en el segundo avituallamiento, los corredores podían ver ante ellos el auténtico gran reto de la prueba: la ascensión a la Pena Moncó, que, cubierta de nieve, se pareció mucho más a una escalada que a una prueba de velocidad.

Desde allí, cuesta abajo hasta el repetidor, para afrontar después una parte final de subida de dos kilómetros y una bajada, por pista forestal, apta para dejar las piernas correr a su máxima velocidad.

Lo que sí se encontraron los corredores en cada esquina del recorrido fue a alguien con un peto reflectante, señal identificativa de los organizadores, los voluntarios, y los miembros de Protección Civil y de las fuerzas de seguridad del Estado.

Y es que el pueblo de Moal, con sus tres asociaciones (cultural, deportiva y de mujeres) al frente, puso toda la carne en el asador para que la competición saliese perfecta y para que su nombre siguiese creciendo entre los amantes de la naturaleza y del deporte. Por lo visto en las reacciones de los presentes, es algo que han conseguido con nota.

En las redes sociales, en las conversaciones, en el ambiente en general en la línea de meta, todos los presentes dejaron claro que el trabajo de la organización rozó la perfección y convirtió el evento en algo memorable.

El fin de fiesta, una vez duchados y mudados de ropa los participantes, fue, como no puede ser de otra manera en el suroccidente, una multitudinaria comida para más de 500 personas en la carpa que los vecinos de Moal montaron en la plaza de su pueblo.

Aplausos, risas y anécdotas recibieron a los ganadores de esta competición única en la cual los verdaderos campeones fueron todos los implicados, incluidos los «hombres del tiempo», muy festejados por su «ocurrencia» de cubrir de blanco el monte de Moal y sus alrededores el domingo.