Llamas del Mouro es uno de los pueblos más distintivos de todo Cangas del Narcea. Al menos por nombre. El motivo hay que buscarlo en la fama que alcanzó su alfarería: la cerámica negra que se fabricaba en sus hornos fue ejemplo, y aún lo sigue siendo, de peculiar y exquisita tradición artesana.

En el pueblo siempre lo tuvieron a gala. Hace mucho tiempo, hace al menos un par de generaciones, llegó a haber hasta dieciséis hornos, dieciséis familias dedicadas a la creación de utensilios de cerámica para el día a día. Se usaba en las casas y se usaba como moneda de cambio en la economía básica de la zona para conseguir aperos de labranza en pueblos vecinos.

Pero ya hace muchos años, cerca de cuarenta, que en Llamas del Mouro sólo queda una casa que recuerde aquella tradición y que mantenga viva la llama, nunca mejor dicho, de lo que es la seña de identidad del pueblo.

Manuel Rodríguez es el maestro alfarero que continúa con la tradición de su padre. «Él nos enseñó esto y siempre quiso que continuásemos con ello, así que aquí estoy. Mi hija también sabe, pero, la verdad, apenas hay trabajo y no se mueve nada», cuenta Rodríguez.

Hasta hace más o menos un lustro aún se podía vivir del taller de alfarería negra de la familia, pero, desde entonces, las ventas han ido disminuyendo y han tenido que completar los ingresos familiares con la ganadería. La cerámica negra no escapa a la crisis económica, como el resto de sectores, pero hay otros factores que explican el declive de la tradición del pueblo. Uno de ellos, ya sostenido en el tiempo, es que estas piezas han dejado de ser usadas, mayoritariamente, como elementos de utilidad y han pasado a ser más objeto de recuerdo.

Manuel Rodríguez se encuentra inmerso en la creación de 180 pequeñas piezas por encargo para una boda en Avilés. «El proceso total de esto me llevará unos veinte días», cuenta. El artesano explica el secreto del color, tan impresionante, de la cerámica negra de Llamas: «nosotros metemos la cerámica marrón a cocer y, cuando acaba ese proceso, tapamos las chimeneas y metemos leña, que hace humo y no llama, y es entonces cuando adquiere su caracerístico color».

Llamas del Mouro, además de este último taller de cerámica, vive de la ganadería, sobre todo. Hay varias ganaderías de cierta entidad y rara es la casa que no tiene alguna vaca, aunque sólo dos o tres de las explotaciones pueden considerarse como notables.

El pueblo lo conforman 13 casas, tres de las cuales están vacías salvo los fines de semana y las vacaciones, y unos 40 vecinos se ven por las calles cada día.

José Ramón Parrondo, que es el alcalde de la parroquia, subraya que lo más importante que hay que hacer por el pueblo es arreglar la pista que baja hasta Javita. «Es una pista que no es municipal, sino regional, y tendría que estar en un mejor estado del que está, la verdad», cuenta Parrondo, quien añade que no se trata de una reivindicación de Llamas del Mouro, sino de todo el partido de Sierra y del concejo de Cangas en general: «Los camiones del pienso y de las ganaderías tienen que subir por ahí a todos los pueblos. Debe dar servicio a unos 17 pueblos, por lo menos, y no puede estar en el estado en el que está. Yo entiendo que no hay dinero y que está la cosa complicada, pero deberían arreglarlo».

Otra pista que requería de atención hace tiempo, y que ya está en plenas obras, es la que va desde Llmas a Cadrijuela. Son ocho kilómetros que, ahora mismo, están levantados y con las máquinas y camiones trabajando, algo que era muy demandado por los vecinos del partido de Sierra.

Una de las peculiaridades de la aldea es que su monte comunal, de unas 200 hectáreas, está siendo gestionado por el Principado de Asturias merced a un acuerdo al que sellegó hace unos 25 años.

Y tiene un bar. Llamas aún conserva un bar-tienda, lugar de reunión de los vecinos de la zona, de los cuatro establecimientos de este tipo que llegó a tener. Al frente del mismo se encuentra Ana Arias, a la que los cazadores del lugar, sobre todo los de la peña «Cacho», agasajan diciendo que hace las mejores fabes con jabalí.