Sabariz (Coaña)

La grandalesa Ana Linera decidió hacer uso del refrán «Si no puedes con el enemigo, únete a él» y ha empezado a acompañar a su marido al río, harta de esperar en casa el regreso tras sus largas jornadas de pesca. Y es que Juan Almeida (Sabariz, 1939) es un auténtico apasionado de este deporte. Su padre le inició con tan sólo seis años en las aguas del Navia y desde entonces ha ido perfeccionando su técnica hasta convertirse en uno de los ribereños más populares de la comarca.

El domingo se estrenará en esta temporada de salmón, un pez con el que ha compartido grandes momentos desde que empezó a pescarlo con 15 años. No lleva la cuenta total de capturas, pero no se olvida de algunos ejemplares, como el primero que sacó a tierra en el salto viejo de Arbón: «Lo pesqué a cucharilla y pesaba 8 kilos». Otro buen recuerdo le dejó su mayor captura: un salmón de 15,600 kilos y 1,20 metros de largo. Además en numerosas ocasiones se hizo con el campano del Navia y el Porcía.

Almeida, que es muy crítico con la normativa actual de pesca, se inició en el Navia con varas de avellano. En los primeros años de pesca acostumbraba a vender el salmón lo que le permitía una ganancia extra. «En esos años un salmón valía más de lo que sacaba en dos meses de trabajo», incide. Vivió los años de esplendor y decadencia del río Navia y conoce bien las razones que la motivaron ya que trabajó en la obra de construcción de la presa de Arbón. No obstante, sus primeros pinitos en el mundo laboral fueron con tan solo trece años construyendo pistas en Trelles.

«Trabajaba de pinche y ganaba 20 pesetas al día por ocho horas de trabajo. Aunque era un crío, hacía lo mismo que los demás», indica. Después estuvo unos años dedicado a la plantación de pinos. «Entonces era una de las pocas salidas que había. Planté pinos por toda la cordillera del pico Jarrio hasta cerca de Lebredo. Teníamos dos horas y media de camino de ida y otras tantas de vuelta y ganábamos 25 pesetas al día».

Y a eso dedicó los años anteriores al servicio militar, que prestó en el Peñón de Vélez de la Gomera como cabo responsable del servicio de cocina y comedor. «Era duro porque estabas aislado y con ese miedo a que pasara algo», narra el coañés. Su regreso de la mili coincidió con el inicio de las obras de construcción de la presa de Arbón, que se prolongaron entre 1963 y 1967. Almeida trabajó la mayor parte del tiempo para la subcontrata Marcial Rodríguez Arango, dedicado en un primer momento a abrir las pistas de acceso al embalse.

Pero el quehacer del coañés comenzaba muy pronto, ya que debía recorrer a pie la distancia hasta la obra lo que le llevaba tres cuartos de hora de caminata. Una vez en la orilla del río se encargaba de pasar en barca a los trabajadores que llegaban por la orilla coañesa. «Como nací en la orilla del río remaba bien, así que me pagaban un poco más por hacer este servicio». Usaba un chalano en el que pasaba de cada vez a una veintena de trabajadores, al menos hasta que se habilitó un puente colgante peatonal para facilitar la comunicación entre una y otra orilla.

En la presa trabajó primero abriendo pistas y después estuvo en labores de mantenimiento ayudando en la reparación de los martillos perforadores y las barrenas. En una tercera fase se dedicó a compactar la presa. Tras un paréntesis en el que lo trasladaron a la fallida obra del embalse de Navia de Suarna, regresó a Arbón durante la fase final.

Por aquel entonces empezó a construirse la papelera de Navia y Almeida se convirtió en el trabajador número 60. Entró en el año 1972, tras un periodo de formación en la fábrica Torrelavega, y durante 28 años fue maquinista encargado del traslado de la madera que llegaba a la fábrica. «Los primeros palos que se metieron en la fábrica para hacer la pasta los metí yo», narra. A los 61 años cerró su etapa laboral para dedicarse en cuerpo y alma a su pasión, que es la pesca.