La veo por las tardes desde el Puente de Lanio, plantada sobre una piedra, se diría que esperando lo que el rabión puede traerle. Siempre en la misma piedra, en la orilla del río pegada a la carretera. Esa garza, supongo que alerta, quiero creer que contemplativa, centinela vespertina. Esa garza de la que sólo conozco su presencia, todo lo demás lo ignoro. Grave asunto éste de lo que desconocemos sobre todo aquello que nos es presente y presencia. Grave y profundo. A veces, creo que el afán de profundidad del Narcea la hechiza. A veces, creo que simboliza el abandono que sufre el cuidado del río por parte de todas aquellas instituciones que deberían mimar también al ribereño. A veces, creo que su mudez es tan sonora como la soledad juanramoniana. Esa garza que ya forma parte del paisaje, silente y estática, cada vez que la veo, preguntándome por su antes y su después de cada día. Esa garza es todo un misterio, misterio alado.