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El silencio del monasterio de Obona

El cenobio tinetense, que tiene en su Cristo una de las mejores obras de la imaginería románica asturiana, admira a la vez por su belleza y por la dejadez hacia su cuidado

Detalle del Cristo crucificado que pende del techo. SANTIAGO PÉREZ FERNÁNDEZ

El silencio forma parte del monasterio de Obona, en Tineo. Las veces que he estado allí -y son bastantes- siempre me ha sorprendido esa tranquilidad. Ni el piar de los pájaros se oye, todo lo más un cencerro o acaso un tractor que pase por sus inmediaciones.

No es una sensación religiosa o esotérica, es física. El profundo silencio te acoge y te envuelve. Lo que queda del claustro te aísla de tal manera que resulta muy fácil pensar. La contemplación de esas viejas piedras te infunde calma. Nada te distrae.

La fuente del Matoxo, cuya agua era muy apreciada por Feijoo, ya no pone ritmo a los pensamientos. El agua no discurre por ella.

El monasterio de Obona seguía la regla benedictina, aunque la fábrica del templo responde a las características cistercienses. Esto supone que la sobriedad, la pureza arquitectónica y la carencia de ornamentación son sus señas de identidad.

Tal sobriedad debió chocar a los vecinos, que han puesto remedio a esa orfandad decorando los pilares de los arcos de la nave principal con claveles blancos de plástico.

Hasta hace no muchos años, el suelo de esta iglesia era de piedra. Alguien decidió quitar las lajas y poner unas baldosas -oscuras, eso sí- que seguro que se friegan muy bien. De aquellas queda como testigo un pequeño residuo en la entrada. Cosas de los tiempos. La tribuna acoge una caja que en su tiempo albergó las piezas de un órgano, de las cuales creo que nada se sabe.

Ni un solo ruido. Todo es silencio.

Hay una inscripción, en una lápida, que hipotéticamente sitúa la fundación de este monasterio allá por el año 781 y cuyos benefactores se dice que fueron el príncipe Adelgaster (supuesto hijo del rey Silo) y su esposa Brunilda. Esta tradición no se sostiene documentalmente.

Eso es tema de otro ámbito. Cuando visito Obona no me planteo esas disquisiciones, el sosiego no me lo permite.

Aunque sea verano, en el interior de la iglesia siempre hay humedad. Y eso también se nota. La frialdad te penetra hasta el tuétano.

Más temprano o tarde acabas mirando hacia arriba. En mi caso no es para implorar nada a nadie, es para ver el Cristo crucificado que pende del techo.

Es, sin duda, una de las mejores obras de imaginería románica asturiana. Y no lo digo yo. El profesor Germán Ramallo y la profesora Mª Soledad Álvarez Martínez, lo afirman desde el conocimiento.

El rostro no muestra sufrimiento. Se representa con barba, tocado con corona y un paño de pureza que le cubre desde la cadera hasta las rodillas. La profesora Álvarez Martínez lo describe con detalle.

La imagen son varias piezas de madera, unidas posteriormente y se caracteriza por tener una escala humana bastante realista.

Es una obra de culto, es arte. Arte en estado precario. Patrimonio cultural en peligro. Nos cuentan que estaba policromada: conjugaba tonos terrosos, claros, blanco para el paño y marrones oscuros. Y digo cuentan, ya que desde el suelo se aprecian poco.

Hubo un tiempo, no hace mucho, en que por las ventanas de la iglesia entraban las curuxas. Su lugar preferido para posarse era este Cristo, al que dejaron hecho un Cristo -nunca mejor dicho- con sus cagadas (sic). Las cuales, por cierto, ya no tiene.

Se pusieron unos cristales que impiden la entrada de aves. Algo es algo.

De la casa abacial ni hablo. Sus condiciones son pésimas.

Con estas burdas pinceladas quiero lamentarme en público del estado de deterioro y del peligro que corre nuestro patrimonio, que para unos será religioso y que para mí es cultural.

La curia no parece tener interés en revitalizar el culto a ese Cristo, las instituciones poco quieren saber de este edificio que no es de su propiedad. Unos y otros lo van dejando en el olvido y de vez en cuando alguien, como yo ahora, se acuerda de él. No sirve para nada, ya lo sé, pero así y todo aquí queda.

Seguiré acercándome a Obona de vez en cuando. Me tropezaré con algún peregrino del Camino de Santiago que estará asombrado del silencio, la belleza y la dejadez.

Quien quiera un rato de paz, disfrutar de un arte sencillo y hermoso déjese caer por Obona. Les aseguro que el silencio les impresionará.

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