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Puentecastro resiste al despoblamiento y al fuego

De tradición ganadera, el pueblo lamenta las hectáreas quemadas en el incendio de diciembre, donde pastaban sus reses

Higinio Arnaldo, Francisco Fernández y Marta Garrido en la cuadra con el perro "Pin". D. ÁLVAREZ

A pie de carretera y situado al lado del río de Genestaza, conocido popularmente como el río de la "fame", se encuentra Puentecastro, un pueblo tinetense que lucha contra el despoblamiento que se extiende por el resto de las localidades de la zona.

Con una treintena de casas, de las que tan sólo hay seis habitadas, Puentecastro mantiene abierto un antiguo bar tienda que da vida a sus vecinos. "Por las noches se juntan grupos de vecinos a jugar al tute y los viernes a la brisca", explica Pilar Arnaldo, encargada de mantener abierto el local que fundó su bisabuelo, Alonso Arnaldo, en el año 1923.

En su época, el establecimiento era un bullicio de gente de forma continua, puesto que Puentecastro se encuentra en un cruce de caminos que llegaban desde Belmonte de Miranda y de los pueblos del Partido de Sierra en Cangas del Narcea. "Ahora vamos tirando porque tenemos otras actividades, de otra forma sería imposible", reconoce Arnaldo.

Además de un punto de reunión entre vecinos, Casa Alonso se ha convertido en un guardián de las tradiciones con la conservación de fiestas como el amagüesto o el esfoyón. "Sembramos maíz para mantener la tradición de la fiesta del esfoyón y para obtener harina para hacer la comida de antes en los pueblos: las papas y las tortas de maíz", explica Carmen Rubio. Así, en el tiempo de preparar el maíz, invitan a los vecinos, como se hacía antaño, para realizar el trabajo del esfoyón y de enristrar. Un trabajo que se pasa entre cantares y finaliza con un gran pincheo.

No obstante, esta localidad de la parroquia de Tuña es de tradición ganadera y aún tiene activas tres explotaciones, cuyos propietarios se encuentran estos días preocupados después de haber visto arder buena parte del monte que utilizaban para pastos. "Tuvimos suerte de que no llegó al pueblo, pero son demasiadas hectáreas las que quemaron y ahora nos apretarán con el acotamiento", explica indignada Marta Garrido. Puentecastro fue uno de los múltiples pueblos víctima del descontrol de las llamas que se vivió en Asturias el pasado 19 de diciembre. Los vecinos explican que durante todo el verano su ganado pasta por las zonas que ahora están quemadas, por lo que no saben cómo se las arreglarán durante la próxima campaña. "Solicitas quemas controladas y desbroces y no nos lo dan, y al final pasan cosas como éstas, que sólo nos perjudican", lamenta Garrido.

Además, en la zona conviven con el oso. Aseguran que es fácil avistarlo por los alrededores del pueblo, adonde se acerca a coger fruta, aunque también se quejan de que ya ha causado algún que otro daño.

En el pasado, no muy lejano, Puentecastro acogió otro tipo de profesiones que lo convertían en uno de los centros neurálgicos para la vida del resto de pueblos que lo rodean. Casa Candileiro tenía un molino que ponía en marcha para moler el cereal de todo el contorno; la vecina, Pilar Fernández, ahora centenaria, era "filandera" y se encargaba de un telar al que muchos de sus vecinos acudían para encargarle sobre todo mantas, mientras que su marido era el "ferreiro" del lugar.

Se trataba de una época en la que "había mucha gente en todas las casas", recuerda Marina Morán. Eso hizo que el pueblo llegase a contar con dos escuelas que se llenaban de estudiantes de todas las localidades próximas, ambas cerradas en la actualidad, puesto que tan sólo quedan dos jóvenes en edad escolar que tienen que asistir a clase a Tineo, para ir al instituto, y a El Pedregal para ir al colegio rural agrupado Eugenia Astur-La Espina.

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