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Rodical añora las truchas y las minas

La localidad tinetense, que llegó a contar con cien familias, lamenta el despoblamiento tras el cierre de las explotaciones y la poca vida de su río

Marco García y Gerardo Fernández. D. ÁLVAREZ

La localidad tinetense de Rodical está bañada por un río con el que comparte nombre y al que sus vecinos siempre han tenido mucho apego. Hizo funcionar a tres molinos que se encargaban de moler el cereal de toda la zona, dio mucha pesca a los vecinos y era el punto de reunión de las mujeres a la hora de lavar. Sin embargo, el paso del tiempo lo ha dejado al margen del día a día de los vecinos.

"Antes muchos éramos aficionados a la pesca, íbamos al río después de trabajar y a lo mejor volvíamos con tres o cuatro truchas para casa; ahora si hay una docena en todo el río será mucho", lamenta Gerardo Fernández. Su vecino Marco García reconoce que aún le gusta ir al río a pescar, aunque cada vez le resulta más difícil. "Mi abuela me cuenta que cuando iban a lavar la ropa al río cada cubo de agua que sacaban estaba lleno de crías de trucha, ahora el río está muy descuidado", comenta.

Marco García se queja de la poca atención que se le está prestando a los ríos por parte de las administraciones. Explica que las orillas del río están prácticamente intransitables y "la administración ni las limpia ni deja que nosotros las adecuemos, haciendo que el río se abandone totalmente".

La época de bonanza del río coincide con la plenitud de la localidad, que llegó a tener en sus casas a unas 100 familias albergadas, cuando ahora tan solo se mantienen en el pueblo ocho casas abiertas. "Rodical no es muy grande, pero cuando funcionaban las minas había casas en las que vivían cuatro familias juntas", comenta Manuel Fernández.

El funcionamiento de las minas y los caleros situados en las proximidades del pueblo dieron durante años mucha vida al pueblo. La mayor parte de sus vecinos tenían trabajo en las industrias que además atraían población a la zona que se instalaba en cualquier rincón de Rodical. El continuo trasiego de personas en la zona se tradujo en el mantenimiento durante años de cinco bares a los que no les faltaba clientela.

"Tenía el bar apartado de la zona de paso y vendía poco, pero de aquella había gente, ahora somos cuatro", enfatiza Oliva Suárez, que regentó la mayor parte de su vida un bar estanco en medio del pueblo.

La ganadería no fue una actividad prioritaria en Rodical y en la actualidad ha desaparecido prácticamente, quedando tan solo un vecino con ovejas. Así, el cierre de las minas también supuso el paulatino despoblamiento de la localidad al obligar a los jóvenes a emigrar en busca de trabajo. "Aquí solo quedamos los que nos mantenemos más arraigados a la tierra", apunta Marco García, que con 21 años es el vecino más joven del pueblo.

Sin embargo, sus habitantes se enorgullecen de las cualidades de su núcleo. Se encuentra en un lugar céntrico, en un cruce de carreteras que llevan a la capital del concejo -a tan solo cinco kilómetros- y al Crucero, está atravesado por la carretera AS-215, que comunica con el corredor del Narcea, y además se puede llegar caminando a Tineo a través del camino de las Eras.

Además, como punto central de la parroquia de El Rodical, contó con una escuela que se cerró a mediados de los noventa por falta de matrícula. El edificio aún se mantiene en pie, pero totalmente descuidado. Sus vecinos han reclamado en varias ocasiones su arreglo para convertirse en centro social y punto de reunión, pero el arreglo no ha llegado y ahora temen que en cualquier momento el edificio se venga abajo.

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