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El agua abandonó Prelo

Desde su puesta en marcha en el siglo XIX las termas boalesas sufrieron altibajos que llevaron a cuestionar la calidad del manantial Poco a poco los clientes dejaron de acudir

El agua abandonó Prelo

La situación de la aldea de Prelo, a unos 3 kilómetros al sureste de Boal, con una manifiesta incomunicación durante largo tiempo, podría explicar el porqué de que esta sencilla casa de baños no sobrepasase nunca el ámbito rural.

No existe unanimidad sobre el descubrimiento de las aguas, aunque algunos autores opinan que ya fueron explotadas en época romana. Su período de actividad apenas excedió del centenario y hoy día únicamente perduran unas abandonadas ruinas y un manantial del que brota una tenue corriente de líquido.

La tradición oral arraigada en la zona atribuye el éxito de las aguas a que un caballo afectado de sarna bebió casualmente el agua y sanó a los pocos días. Al hilo de aquel suceso la gente comenzó a frecuentar el lugar. El caudal llegó a ser tan insuficiente que las autoridades municipales se vieron forzadas a realizar pequeños trabajos para acrecentar el volumen hídrico, tan necesario para satisfacer la demanda y facilitar su utilización para tomar baños.

Con el nombramiento del primer médico que fue director, José Rodríguez González-Trabanco, en 1852, se acometieron una serie de obras imprescindibles para facilitar la comodidad de los usuarios. El Gobierno provincial destinó una partida de 12.043 reales de vellón. Con todo, el desenlace debió de alejarse bastante del esperado, pues era perceptible un enorme hacinamiento de los pacientes, que no podían bañarse y sólo conseguían beber agua, a lo que había que unir una carencia notoria de hospedajes en el entorno. La llegada del galeno Mariano Antonio Calvo y Novoa, que ejerció el cargo desde 1860, durante un quinquenio, fue trascendental para la gestación de un genuino balneario. Su labor supuso un significativo giro en el recinto, olvidando los desmanes de la etapa precedente, en la que alcanzó un ostensible grado de deterioro e incluso fue objeto de algún incendio.

Calvo se propuso mejorar el funcionamiento. Tomó la iniciativa de sanear las estancias -en un primer momento, con sus propios medios- y solicitó a las autoridades la enajenación del balneario, con la mira puesta en que la iniciativa privada pudiese mejorar e impulsar la eficacia de los servicios.

Su deseo no fue en vano pues, al amparo de la Ley Madoz, en 1862 se sacaron a subasta pública los baños. La propiedad recayó en Manuel Álvarez, que fue el mejor postor y pagó 33.180 reales. Con toda seguridad se trataba de un testaferro porque, antes de vencer el primer plazo de las entregas, lo vendió a Francisco López, que se asoció con Pedro Pardo y José Gómez, quien pronto se erigió en único amo.

Cuando falleció José Gómez se responsabilizó del negocio su hija Emilia, que en 1901 emprendió una notable labor reformadora. Levantó un segundo piso y construyó un pequeño oratorio. El balneario pasó en 1918 a Julio Álvarez Méndez. Al morir éste lo heredó su hermano Alberto, quien a la vez lo traspasó en 1946 al indiano regresado de Cuba Adolfo Rodríguez, quien lo regentó hasta el cierre, doce años más tarde. Con posterioridad fue adquirido por otras personas, que no llegaron a a explotar el manantial. La fuente, denominada de la Salud, está relacionada con la mayor intrusión ígnea de Asturias: el plutón de Boal, afectada por una importante red de fracturas que facilitan la circulación de las aguas, hasta hacerla surgir. El caudal era del orden de 1,3 litros por minuto, haciéndolo por dos salidas de 0,8 y 0,5 litros por minuto.

Existen bastantes incógnitas sobre la naturaleza del líquido. Se hicieron pocos análisis y alguno de ellos no estuvo exento de incertidumbres. Los resultados conocidos permiten definir al hontanar como del tipo sulfurado-cálcico oligometálico.

Se apreciaron varios gases (oxígeno, nitrógeno y los ácidos carbónico y sulfhídrico, éste percibido por su indudable olor fétido), además de un conjunto de diversas sustancias fijas como carbonatos y sulfatos de calcio y magnesio.

El carácter sulfuroso fue puesto en duda por gestores del enclave, como José Ortiz de la Torre (1882) y Antonio de Cózar (1883), quienes consideraban que las aguas no tenían nada que ver con las mineralizadas, pues habían perdido sus propiedades químicas, entre ellas el particular burbujeo gaseoso, al ser barrenada la zona de nacimiento para intentar aumentar el caudal inmediatamente después de la desamortización. Este hecho trascendente fue hábilmente silenciado, dado que la pérdida de calidad del agua influía en sus virtudes curativas.

Uno de los veneros, de composición bicarbonatada sódica, se creía eficaz para el herpetismo, escrofulismo, reúma y enfermedades dermatológicas. El otro, de agua bicarbonatada sulfhídrica, surtía efecto positivo en las enfermedades del estómago. No obstante, una vez modificada su composición se cuestionó el poder saludable, a pesar de que las sutiles campañas de promoción, encargadas a los medios periodísticos, insistían en su valor terapéutico.

Si algo caracterizó a los baños de Prelo fue la sencillez de sus instalaciones. Constaban de una superficie de 123 metros cuadrados repartidos en dos plantas, construidas con pared de mampostería, salvo las puertas y ventanas, que eran de sillería granítica. Contenían siete baños y un aljibe para las aguas en el piso bajo y en el superior una sala, dos cuartos, la cocina y un pasillo; el edificio estaba rodeado, en su mayor parte, por un tendejón con asientos donde los enfermos podían pasear al resguardo de la lluvia. Se cuenta que el caudal era tan escaso que solamente se podían ofrecer una docena de baños al día.

En los inicios del pasado siglo se abordaron algunos cambios con el fin de atraer clientela: se embelleció la casa de baños, se inauguró una seductora hospedería e incluso se habilitó una pequeña capilla. Por otro lado, existían varias casas particulares con alojamiento en las inmediaciones que ampliaban la oferta hostelera.

Con José Rodríguez González-Trabanco, que ejercía como médico en Cangas de Tineo (hoy Cangas del Narcea), comenzó una larga lista de 34 directores que asumieron interinamente la gestión del establecimiento.

Las memorias que debían redactar estos administradores clínicos permiten conocer, aparte de las tarifas o el número de agüistas, sexo y la clase social a la que pertenecían, discriminando entre acomodados (encabezaban esta clase los propietarios o hacendados y los sacerdotes), pobres (incluían criados, sirvientas y los propios de solemnidad) y tropa. La máxima ocupación se produjo en 1860-1862, con 814 concurrentes.

La cifra disminuyó progresivamente a partir de 1866, con 383 visitantes, hasta tocar el mínimo de la época en el año 1888 con 86 bañistas. A comienzos del siglo XX la asistencia sufrió un fuerte descenso. Emilia Gómez consiguió el retraso del período balneario, aduciendo razones climatológicas. Aducía la propietaria que "en la segunda quincena de junio de los años 1899 a 1903, sólo acudieron 3 enfermos", entre otros argumentos. Los últimos datos disponibles corresponden al año 1937. Entonces se contabilizaron 75 usuarios acomodados y ninguno pobre.

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