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Luz olímpica para el Occidente

"Nunca vi Navia tan llena", dice José Manuel Peláez, uno de los veinte deportistas que portaron la antorcha a su paso por la comarca vía Barcelona hace hoy 24 años

Arriba, José Manuel González Castrillón y José Manuel Peláez, con las antorchas en el muelle de Navia. A la izquierda, Pedro Peláez, Peláez y Castrillón, hace 24 años. Abajo, el grupo de voluntarios que llevó la antorcha por el Occidente. G. G. / REPRODUCCIÓN DE G. G.

Aquel 29 de junio, José Manuel Peláez apretó los dientes y pedaleó como nunca lo había hecho. Atravesó Navia como un rayo, y no se detuvo hasta que llegó al siguiente relevo. "La gente me decía después que iba tan rápido que apenas me habían visto", recuerda. Peláez portaba la ilusión de todo un país, el signo de la modernidad llegaba por fin a España. Aquel 29 de junio, hace hoy 24 años, la antorcha olímpica cruzó el Occidente, en su camino hacia los Juegos Olímpicos de Barcelona, dejando en la comarca un reguero de ilusión y entusiasmo.

El fuego olímpico fue encendido el 5 de junio en Olimpia, el 29 de ese mismo mes abandonaba el Occidente por Vegadeo, y el 25 de julio el atleta Antonio Rebollo lanzó con su arco la llama hasta el pebetero del estadio olímpico barcelonés. "Ahí puede que hubiese algo de trampa", bromean ahora José Manuel Peláez y José Manuel González Castrillón, dos de aquella veintena de deportistas que portaron la antorcha a su paso por el extremo occidental asturiano.

La llama del olimpismo atravesó la comarca entre gentíos y multitudes, según recogen las crónicas de la época. Jorge Jardón refería en LA NUEVA ESPAÑA que "junto a Vegadeo, las dos villas grandes atravesadas por la carretera, Navia y Luarca, reunieron una multitud como pocas veces se recuerda". Una multitud que "aplaudió enfervorecida" al paso de la comitiva. "Nadie podría sospechar que el paseo de la antorcha olímpica iba a despertar una expectación semejante", escribe el corresponsal en su crónica del acto.

En la efeméride de aquel memorable episodio, sus protagonistas destacan los nervios, la emoción y la expectación que la presencia de la antorcha generó entre sus portadores y también entre la población. "Nunca vi a Navia en un día de diario tan lleno de gente. Desde Las Aceñas y hasta El Espín. A mí se me pusieron los pelos de punta", recuerda Peláez, por aquel entonces presidente de la Mancomunidad Deportiva de la Comarca Noroccidental, un ente ya desaparecido que conjugaba la actividad deportiva escolar de la comarca. Su hijo Pedro también llevó la llama, en el tramo de El Bao.

"Yo recuerdo los microbuses que iban detrás, desde donde te iban animando", apunta Castrillón. Él fue el portador desde el cruce de Mántaras hasta Rapalcuarto, en el concejo de Tapia de Casariego. Con apenas 19 años, siendo deportista destacado por sus triunfos en el atletismo, reconoce que en aquel momento "no le di mucha importancia", pero que con el paso de los años ha sido una experiencia "muy bonita, para recordar". Castrillón, a quien su padre ayudó pagando las 15.000 pesetas que costaba la antorcha, fue el único que no llevó las zapatillas rojas y blancas que entregaba la organización. "No me servían", explica.

El tramo marcado para cada portador era de 2.500 metros, que se completaban, de media, en unos seis minutos. "Te bajabas del autobús un minuto antes de que llegara la antorcha, te ponían el sillín a la altura. Tú sólo te montabas a la bici y pedaleabas. La bici valía un pastón de aquella, llevaba los cambios en la maneta", relata José Manuel Castrillón. La bicicleta llevaba un acople para encajar la llama.

La gente gritaba y aplaudía a su paso. "Donde más personas se arremolinaba era en los intercambios, porque se podía ver con más detalle la antorcha", asegura Castrillón, que guarda la tea olímpica "como el mejor trofeo". "Para mí también es el mejor de todos", corrobora Peláez. Ambos la guardan con cariño, procurando cuidar el brillo del metal. "Es una pieza histórica, es muy difícil que se vaya a repetir", añade este último.

El paso de la antorcha, en 1992, coincidió también con el auge deportivo de la comarca, que se explica gracias a la coordinación de la mancomunidad. "Había campeonatos en la zona que concentraban a cientos de escolares. Éramos la primera zona de Asturias en participación", señala Peláez. Aquel impulso se apagó dos años después en 1.994. "Sigue sin saberse por qué todos los ayuntamientos dejaron morir esta gran oportunidad del Occidente para el deporte", añade. No obstante, para su coordinador sigue latente de alguna forma. "Es la base de todo el deporte, de muchos de los clubes que hoy sobreviven en la zona".

Veinticuatro años después, el deporte sigue siendo parte fundamental en la vida de ambos vecinos del Occidente y portadores de la antorcha. Peláez se mantiene en forma visitando el gimnasio y disfrutando de largos paseos por la Poza de Navia, mientras que Castrillón continúa quemando zapatilla en competiciones populares y campeonatos de atletismo, logrando victorias de peso. Aunque les gustaría ver otros juegos olímpicos en España, creen que será muy difícil. "Hay demasiados intereses económicos y políticos, aunque será un gran revulsivo para los deportistas profesionales, que ahora apenas cuentan con medios para vivir y entrenar", reflexiona Castrillón.

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