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Un molino que vuelve a la vida en Sante

José Antonio García busca expertos en maquinaria antigua para poner a funcionar el patrimonio de su familia

Una pareja comprometida con la etnografía. G. GARCÍA

Cuenta José Antonio García, de Sante (Navia), que de niño acudía con su padre al molino harinero de la familia, ubicado a orillas del río Anleo. Allí se pasaba horas contemplando las vueltas que daba la enorme piedra de granito para moler el cereal. "Él lo entendía muy bien, y lo manejaba a la perfección", recuerda García con nostalgia.

Ahora, al cabo de más de tres décadas en desuso, y movido por el afán de conservar parte de su pasado, este naviego se ha decidido a rehabilitar la maquinaria, similar a la de decenas de molinos repartidos por la comarca que fueron clave durante siglos en la economía de subsistencia dominante. El de Casa Regueiro tiene "muchos años, no se pueden ni calcular", asevera su propietario.

Apunta el propio José Antonio García que ese río, el Anleo, era uno de los que más molinos hacía funcionar en su mejor época. "Éste todavía lo conocí funcionando. Me acuerdo como si fuese hoy de la presa de agua, de los sacos de harina. Con el paso del tiempo se fue dejando, hasta que llegó a estar inservible. Yo siempre tuve ganas de arreglarlo", confiesa. Al final, fue su esposa, Maquelina Freitas, quien lo animó a poner de nuevo a rodar las grandes muelas circulares.

El primer paso fue acudir a la Confederación Hidrográfica del Cantábrico para solicitar una concesión de aguas. "No tuve ningún problema. Lo único malo es que los trámites son muy lentos. He necesitado casi dos años", explica García. Con ese papel ya en la mano, ahora busca personas que conozcan bien el funcionamiento de los delicados engranajes del molino, que con el paso de las décadas se encuentran en mal estado. "Hay varias piezas que es necesario cambiar, y también se debe ajustar el mecanismo. No se encuentran fácilmente expertos en este tipo de trabajos", señala este naviego, que ha mantenido contactos con varios especialistas, aunque aún sin resultado.

El único afán de José Antonio García es poder volver a escuchar el agua haciendo mover las palas bajo sus pies, mientras el cereal se transforma en harina poco a poco. Como hicieron sus antepasados.

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