A don Cándido, el cura vaqueiro, in memoriam.

En primer lugar, pensar qué hay que preservar de la cultura vaqueira, por qué y cómo. En segundo lugar, erigir una mirada crítica hacia ese corpus cultural y averiguar cómo puede servir como punto de partida o referente para abordar los problemas que acucian hoy a los municipios vaqueiros.

Propongo articular una memoria viva o vivificar la memoria; por ejemplo, que recopilemos la tradición oral no solo para coleccionarla en un libro, que de por sí ya es importante, sino también que la transmitamos a las próximas generaciones para que siga siendo patrimonio común y para no perder la experiencia de vida que reflejan. Esta tarea es urgente, puesto que con las últimas generaciones de mayores se nos va también todo un mundo cultural.

Al menos dos experiencias propias de los vaqueiros tienen un valor particular en la actualidad: su capacidad de adaptación a entornos cambiantes y de hacer de ellos su casa, y su experiencia de la exclusión. La primera experiencia está de plena actualidad en un mundo globalizado que nos exige movimiento continuo; la capacidad de adaptación y sus formas de generar arraigo a pesar de la movilidad son recursos que, bien estudiados antropológicamente, pueden constituir referencias de inestimable valor a la hora de abordar el grave problema de la despoblación del mundo rural. Los vaqueiros, como otros pueblos rurales, han sido expertos en el desarrollo sostenible del campo, un asunto aún pendiente en etapas posteriores, industriales y postindustriales. La segunda experiencia, la de la exclusión, puede mostrarnos también recursos para afrontar y resolver la exclusión que persiste en la sociedad actual.