La fibromialgia es una enfermedad joven (fue reconocida en 1992) y aún continúa siendo un quebradero de cabeza para profesionales sanitarios y pacientes. Es una patología crónica, que produce un dolor musculoesquelético generalizado, pero que no se debe a una inflamación articular ni genera alteraciones en las pruebas analíticas ni en las resonancias. "Afecta mucho a la calidad de vida de los pacientes y es muy incapacitante", asegura Marcos Álvarez, profesional de Medicina Interna en el Hospital de Jarrio. Álvarez se desplazó esta semana hasta Villayón, donde dio a conocer detalles sobre esta patología, que sigue siendo, en muchos casos, "una desconocida".

Según los últimos cálculos, en España entre el 1 y el 3 por ciento de la población padece fibromialgia, lo que supone que esta patología afecta a entre 400.000 y 1.200.000 personas en todo el país. "Más del 90 por ciento de los afectados son mujeres, y la edad media es la de la vida adulta", apunta Álvarez, que considera que, con toda probabilidad, la fibromialgia "no está completamente diagnosticada" en la comarca Noroccidental.

Algunos de los síntomas de esta patología son la ansiedad, un dolor crónico generalizado, deterioro cognitivo, depresión, dolor difuso a la palpación, presentar cansancio que no se alivia con el reposo, y alteraciones en el patrón de sueño, que no resulta reparador. Sus causas no están claras, y algunas hipótesis apuntan a que existe una predisposición genética, puesto que la fibromialgia es ocho veces más frecuente entre miembros de la misma familia. "Se trata de un problema de interpretación exagerada del dolor a nivel cerebral", añade el médico.

El diagnóstico es clínico, a través de una exploración física, por historia clínica y descartando otras enfermedades reumáticas. Puede dilatarse hasta siete años. "Cuando sea más conocida por los médicos y por los pacientes, habrá más diagnósticos", augura Marcos Álvarez. Una vez diagnosticada la enfermedad, este profesional sanitario recomienda "llevar un estilo de vida lo más saludable posible". Ello conlleva no fumar ni beber alcohol, además de hacer ejercicio y evitar el sobrepeso.

"Más importante que el tratamiento farmacológico es el ejercicio: no restringir la actividad a causa del dolor. Estar activo es luchar contra la enfermedad", apunta el galeno.

Por último, subraya que los fármacos, como los analgésicos y los antidepresivos, deben ir acompañados de otras prácticas que pueden ser muy útiles en esta lucha. Es el caso de la fisioterapia y de las "técnicas relajantes, como el yoga y el taichí".