Las empanadas, los brazos de gitano, las tartas, en especial la de almendra; el exquisito hojaldre que durante décadas salieron de las manos de Fernanda Salvatierra y su familia ya han pasado a habitar el mundo de los recuerdos. El obrador y confitería veigueño Santaeufemia cerró definitivamente sus puertas este pasado domingo, dejando huérfanos de sabores y olores a los amantes de la repostería casera y tradicional. Las fuerzas flaquean, y Salvatierra, de 71 años, se ve incapaz de seguir adelante con un negocio que lleva décadas endulzando la vida en Vegadeo.

Hace casi un siglo, el suegro de Fernanda, Juan Bautista Santaeufemia, comenzó un oficio que traspasaría luego a toda la familia. Su hijo Fernando, primero, y, tras su fallecimiento en 1991, la propia Fernanda han mantenido en pie algo más que una simple pastelería. Ha sido una fábrica de dulces sueños, de sensaciones perdidas y reencontradas, guardianes de un saber hacer artesano que destaca por encima del proceder industrial. Un rincón imprescindible para el disfrute del paladar. Todo un referente en la comarca.

Sin embargo, el tiempo, inexorable, ha pasado factura. "No me encuentro con fuerzas suficientes para completar otro verano, que es cuando más trabajo tenemos", reconoce, aún nerviosa, la regente del negocio. La noticia del cierre ha movilizado a todo Vegadeo y alrededores, que en estos últimos días han acudido en masa a por el último bocado, la última porción de sabrosa felicidad que ofrecía Santaeufemia.

"Ha sido una locura, una explosión de personas, visitas, compras, llamadas, que no nos esperamos para nada. Estamos agotadas, pero muy agradecidas a todo Vegadeo, a todos los que nos han venido a ver y despedir. Lo agradecemos con el corazón", afirma Fernanda Salvatierra tras el mostrador.

Preguntada por el secreto del éxito, la maestra del obrador asegura que de secretos, ninguno. "Tan sólo se necesita utilizar una buena materia prima, que sea de la mejor calidad, y dedicarle mucho cariño a lo que haces. También echarle horas; es un trabajo muy sacrificado", asegura.

Gracias a su labor, los veigueños y aquellos que se dejaban caer, adrede o no, por el pequeño local del centro de la villa, han mantenido vivo el recuerdo de los sabores de verdad: el hojaldre, la crema, la nata. A partir de ahora, habrá que hacer memoria.