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El relojero que dio la campanada en Sol

"No me lo esperaba tan grande", dice el tinetense Maximino Fernández tras visitar la maquinaria y cumplir el sueño de su vida

Maximino Fernández, el lunes en su visita a la maquinaria del reloj de la Puerta del Sol. REPRODUCCIÓN DE A. F. V.

A Maximino Fernández siempre le llamaron la atención los relojes. Especialmente uno en concreto: el de la Puerta del Sol de Madrid. El lunes, este relojero autodidacta, que aprendió la mecánica relojera en la localidad tinetense de Riocastiello y que arregló "muchísimos relojes" de sus vecinos de Lugones cuando se trasladó a vivir a la localidad a comienzos de los 90, pudo cumplir su sueño: conocer la maquinaria con la que los españoles comen las uvas cada 31 de diciembre.

Lo hizo gracias al esfuerzo y tesón de sus nietos que, con la complicidad de la Comunidad de Madrid, lograron que el abuelo -conocido como "Fangio", apodo puesto en honor al célebre piloto de carreras argentino por su profesión de taxista, en su Tineo natal- cumpliese una de las satisfacciones de su vida a los 92 años.

"Siempre decía que le hacía especial ilusión conocer el reloj de la Puerta del Sol. Hace unos meses, después de volver a escuchárselo dijimos: 'Vamos a intentarlo'", explica Manuel Díaz, "culpable" junto a su hermano Mario y su madre, Pilar Fernández, de la sorpresa.

Las gestiones empezaron el pasado diciembre y la respuesta de la Presidencia de la Comunidad de Madrid apenas se hizo esperar un par de semanas. "La presidenta, Cristina Cifuentes, dice que pongamos a su disposición todo lo necesario para que se concrete la visita", rezaba el correo firmado por Juanjo Murillo, miembro del gabinete de Protocolo del gobierno madrileño.

Dicho y hecho. El domingo, abuelo, hija y nietos emprendieron camino hacia la capital. Llegada, un pequeño paseo por la ciudad y a dormir. "Al día siguiente habíamos quedado en Presidencia -cuya sede está en el edificio que alberga el celebérrimo reloj- a las diez de la mañana. Si por él hubiese sido hubiéramos ido a las ocho", recuerda con humor el mayor de sus nietos.

Una vez allí, todo fueron detalles y facilidad. "Nos recibió el maestro relojero que se encarga de su cuidado, Jesús López-Terradas. Estuvo muy atento y nos enseñó cómo funciona el mecanismo, su cuidado y demás", repasa Díaz.

Pese a que Fernández aprendió el oficio gracias a manuales que pedía por correo en los años 30 del siglo pasado de los que, en muchos casos, no podía aprovechar más que los planos porque estaban escritos en francés o alemán, no perdió coba de las explicaciones que le daba López-Terradas.

"Había momentos en los que no sabíamos de qué hablaban, pero por las preguntas que le hacía mi abuelo y cómo le respondía, él sí se estaba enterando de todo", asegura su nieto.

"Me lo esperaba más pequeño y no tan limpio y cuidado", cuenta Díaz que dijo su abuelo al ver el reloj. Además, en la visita, Fernández también pudo cumplir, casi sin querer, otro sueño. "Nos dejaron asomarnos al balcón. Le dijeron que allí se había proclamado la II República y a él, que es republicano hasta la médula, le hizo mucha ilusión", agrega el nieto.

Lejos de darse por satisfecho con la visita, Fernández quiere más: volver a Madrid en junio. "El relojero le dijo que, cuando quisiera, podía ir a visitar su taller y, por supuesto, quiere ir", asegura Díaz sobre su abuelo, que demuestra que nunca es tarde en esta vida. Sobre todo para un aficionado a los relojes.

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