En los años 50 y 60 del pasado siglo se le conocía entre las gentes del campo como «el périto», así, con acento en la antepenúltima sílaba, y dicho con todo el respeto, porque el único afán del funcionario de los Servicios Agropecuarios de la Diputación Julio Antonio Fernández Lamuño, fallecido este jueves en Oviedo a los 102 años, era mejorar el campo asturiano y evitar su despoblamiento. Miembro emérito del Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA) y cronista oficial de Tineo, el perito agrónomo Lamuño –conocido sobre todo por su segundo apellido– fue también fotógrafo aficionado y retrató la vida cotidiana y del trabajo de la Asturias del Suroccidente del tercer cuarto del siglo pasado, acumulando unos fondos –más de 3.000 fotografías, informes y papeles de todo tipo– que donó en 2015 al Museo del Pueblo de Asturias, lo que dio lugar a la publicación en 2018 de «La sociedad campesina en el occidente de Asturias 1950-1975», editado por el Museo y KRK, bajo la dirección del antropólogo Adolfo García.

Este sábado, a las 13.30 horas, se celebra el funeral por Lamuño en la iglesia parroquial de San Pablo de la Argañosa, en Oviedo. Su hija Francisca aseguraba este viernes que a su padre, lo que le encantaba era «andar por el monte y con la gente del campo, la cultura aldeana, que era su vida ideal».

Nacido en Luarca en 1920, hijo de un sobrestante de obras públicas de Salas y una lavianesa, a Lamuño le tocaron tiempos duros, con la guerra civil, para la que fue reclutado con 17 años. Estudió Químicas en Oviedo, «pero su vocación era andar por el campo, no meterse en el laboratorio». Estudió por libre y sacó el título de perito agrícola y se presentó a una prueba de la Diputación para dirigir la granja experimental de Tineo, situada en la zona ahora ocupada por los centros educativos y el ferial. Era el año 1948. Solo Lamuño se mostró dispuesto a irse a vivir a Tineo y le dieron el puesto.

Le pusieron a las órdenes del ingeniero jefe de los Servicios Agropecuarios, Gabino Figar, que ya veía venir el éxodo que despoblaría el campo asturiano. «Figar estaba convencido de que el despoblamiento solo se podía evitar aumentando las rentas para que los campesinos viviesen dignamente», dice Juaco López.

Con esa filosofía llegó Lamuño a Tineo, donde mejoró la cría de xatos culones e introdujo las primeras arandaneras en Borres (Tineo). También organizó las primeras roturaciones comunitarias, parcelaciones y pastizales en un concejo que era dorado porque dominaban el trigo y la cebada. Para aprender sobre los pastizales hizo un curso de tres meses en Estados Unidos en 1963 y se trajo semillas de «grey-grass». También llevó a Tineo el primer tractor, que era de la Diputación, para que los paisanos viesen cómo funcionaba. «Ponía en práctica las innovaciones en la granja experimental, y luego recorría los pueblos explicando los resultados para que los paisanos las adoptasen. Era una manera de proceder de abajo hacia arriba, no como ahora», dice Adolfo García. Juaco López apostilla que convenció a la Diputación para que le comprasen un proyector para mostrar en los pueblos películas sobre mejora agropecuaria que pedía a las embajadas extranjeras.

Una de las fotografías de Julio Fernández Lamuño, que retrata a una familia campesina. | Julio A. Fernández Lamuño

Como buen antropólogo, García se queda con la faceta etnográfica. «Estudió a fondo la vida de los campesinos del Suroccidente, pateando pueblos, caminos, cocinas, dialogando con los paisanos. Era un enamorado de la vida campesina. Siempre insistía en que no se podía perder, eran nuestras señas de identidad», explica. «Se sintió fracasado porque la gente comenzó a marcharse de los pueblos. No solo era una cuestión de naturaleza económica, sino sociocultural», dice.

«Perito o antropólogo»

Juaco López resalta también sus informes, de los que se han publicado dos, uno sobre los Oscos, y otro sobre Ibias y Degaña. «Leyéndolos no se sabe bien si es un perito agrícola o un antropólogo haciendo trabajo de campo», señala. Y tampoco se olvida de las memorias de la granja experimental o los estudios sobe el castaño, el trigo, la escanda... «Buscaba mejorar las condiciones de los campesinos en una época en que vivían realmente mal. Setenta años después seguimos hablando de lo mismo», dice López.

Ya en Tineo, el sueldo le daba solo para vivir de pensión. Lo contrataron en el Ayuntamiento y colaboró en el trazado y construcción de caminos. También daba clases de Química en el centro de Enseñanza Media. Allí conocería a su esposa, la también luarquesa María Francisca Álvarez-Cascos Loza, fallecida hace años.

Maravilloso conversador, de memoria prodigiosa, había entrado en el RIDEA con la conferencia «La Asturias ganadera». Publicó numerosos libros dedicados a Tineo, el monasterio de Obona, el Camino, los templos y escuelas... Hijo predilecto de Tineo, el alcalde, José Ramón Feito, ha decretado luto oficial. El presidente de la asociación «Amigos del Camino de Santiago Asturgalaico del Interior», Laureano García, mostró su pesar por la pérdida: «Siempre estaba disponible y era un maestro. Es una pena despedir a personas que siempre se implicaron tanto». Fue uno de los promotores de la fiesta de Aristébano, hasta buscaba por los pueblos parejas para casarse en esta braña.

Hasta antes de la pandemia, al filo de los 100 años, bajaba al RIDEA a recoger sus publicaciones, lleno de vitalismo. Toda su vida dijo que si se abandonaban los montes y los pueblos «se moría Asturias».