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Carlos Fernández

In memóriam

Carlos Fernández

Aquel hombre a caballo

Un revolucionario en la Asturias remota

Contaban los que lo vieron que tenía el pelo moreno, usaba gafas de sol, algo no habitual para los años cuarenta, vestía traje, calzaba buenas botas e iba a caballo por los vericuetos y malos caminos del occidente asturiano. También llevaba una máquina fotográfica Kodak, y un cuaderno de hule. Era el primer perito agrícola de la Diputación que no había puesto reparos a internarse en la Asturias remota. Pero en realidad se trataba de un revolucionario. Aquel hombre a caballo, de nombre Julio Fernández Lamuño, iba a lograr cambiar el aire medieval lleno de miseria por el inicio del crecimiento. De un tiempo de ensalmos y brujas como único remedio saldría otra Asturias.

A los 8 años había visto, en el Casino de Luarca, el primer receptor de radio que llegó al concejo. “Vas a escuchar a París y a Londres”, le dijeron a aquel crío de ojos abiertos. Tras unos chasquidos y roces llegó la voz. Y descubrió la magia de las ondas y el poder del conocimiento. Era muy joven cuando le llegó la guerra. Acabada, se hizo químico y perito agrícola. Pronto entró en la Diputación. “Había pocos peritos y mucha labor” me contó. Y de allí a Tineo, en la villa había teléfono, que funcionaba cuando quería, el resto del concejo era el fin del mundo. Lo primero que gestionar, el agua a los pueblos, primer peldaño de la sanidad, después los caminos, detrás la luz eléctrica. Viviendo como aquellas gentes, compartiendo el pote común a la luz de la lumbre, el pan de centeno endurecido, escuchando sus problemas, conversando de todo. Aquellos momentos fueron siempre sus mejores recuerdos. Comenzó a hermanar las nuevas técnicas con las maneras tradicionales. Las praderas artificiales multiplicaban por cuatro la producción de alimento. De la mejora del ganado salía más carne y más leche. Él hizo el primer plan de concentración parcelaria, el inicio de la mecanización... Las rentas crecían, el autoconsumo de miseria se quedaba atrás. Lo había logrado sentándose en el escañu con ellos. Pueblo a pueblo, como un misionero. Aparte de su trabajo como director de la granja escuela de Tineo, llegaron los informes de donde no había nada. Escritor, historiador, filósofo de las cosas. Hijo predilecto de Tineo, cronista oficial, miembro del RIDEA.

Lo conocí personalmente en los años ochenta. Él escribía algo sobre las vacas y me pidió unos datos. Encantador. Con la sencillez de los realmente grandes. A partir de ahí, de vez en cuando caía un café y una charla jugosa. Buen conocedor de todo. “Tú y yo, Carlos, somos familia lejana. Descendemos del primer cronista de Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo. En realidad era de Limanes. La familia de mi padre y la tuya vienen de esa raíz. Se puso el ‘Oviedo’ para darse más empaque”. Lógicamente no tardé en contarlo en casa, aunque no me hicieron ni caso. Tenía plena lucidez. Estaba muy alarmado. “La maleza avanza, los montes arden, confunden defensa de la naturaleza con abandono. Qué ceguera...”. Algunas veces discutíamos amistosamente sobre el más allá. Mi tendencia a la razón nada podía con su fe absoluta. “Nos veremos en el otro lado y a ver qué cara pones cuando suceda”. Murió el jueves, con 102 años. Si él tiene razón, estará feliz. Me gustaría que así fuera.

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