Impactante, con imágenes terribles y una historia en la que las taras personales, las patologías y el afán de venganza se traducen en situaciones escabrosas, esta es una de esas películas que dejan una huella profunda si se entra de lleno en lo que sus imágenes, a menudo, sugieren más que muestran.

Es la puesta de largo cinematográfica de una realizadora escocesa, Lynne Ramsay, que ya se había dado a conocer internacionalmente con un título también muy duro, 'Tenemos que hablar de Kevin' (2014), el tercero de una filmografía más que prometedora de la que en España han quedado ausentes sus dos primeros largometrajes. Su "explosión", sin embargo, se ha producido en el Festival de Cannes de 2007, en el que ganó dos galardones de peso, el de mejor interpretación masculina para el portorriqueño Joaquín Phoenix y el de mejor guion para la propia Ramsey.

Es, por supuesto, un nombre a retener y a seguir de cerca. Partiendo del libro de Jonathan Ames, vemos como la radiografía de Joe, un tipo de mediana edad que da la impresión de ser una persona solitaria y que vive con su madre, va fluyendo de forma lenta pero inequívoca, aportando datos sucesivos que nos in- dican que estamos ante un ex marine y ex agente de la CIA que ha quedado seriamente tocado en el plano psicológico. La directora lo definía como un individuo perturbado y demoledor que rescataba a otras personas pero que era incapaz de salvarse a sí mismo. Joe, en efecto, hace las veces de sicario, pero atacando no exclusivamente por motivos económicos, sino buscando el flanco más débil de importantes personajes políticos que ocultan, tras una nube de hipocresía y mentira, incursiones en la pedofilia y en la trata de blancas con menores. Con el ambiente familiar es imposible sustraerse a una necesidad enfermiza de vengar a los desprotegidos.