Entre las múltiples aportaciones del último premio Nobel de Economía, Edmund Phelps, la Real Academia de Ciencias de Suecia apreció sus estudios sobre el valor de las expectativas y su influencia en las futuras decisiones políticas y corporativas. Es la trascendental importancia de las ideas frente a los hechos y el poder de lo inmaterial, que nos lleva hoy a admitir sin rechistar, por ejemplo, que saber hacer las cosas es más importante que las cosas mismas.

Así, la nueva economía concede más importancia al capital intelectual que al físico y, en el último cuarto de siglo, la explotación de las materias primas, propia de la revolución industrial, está perdiendo su primacía frente a la gestión del conocimiento como generador de riqueza. Ahora estamos en la sociedad de los servicios, de la innovación, de la tecnología y de lo inmaterial, donde las ideas o las marcas desempeñan un papel notable. Piense el lector en el conflicto del uso, por otra región española, del lema turístico asturiano, «paraíso natural».

La economía de lo inmaterial. Mi compañero de estudios, el catedrático leonés de contabilidad Enrique López, suele recordarme, medio en broma, que en el balance del Principado debería figurar uno de sus principales bienes públicos: el célebre Himno «Asturias, Patria Querida». No me sorprende el planteamiento porque el valor de las empresas descansa cada vez más en elementos inmateriales, a veces cuantificables y a veces menos; por ejemplo: su cartera de patentes o de marcas, pero también la capacidad creativa de sus equipos o sus relaciones con los clientes y proveedores. ¿Cuánto vale la cabecera «La Nueva España»?

Es el resbaladizo terreno de la economía de lo inmaterial, que carece de soporte físico y que coloca en el corazón de la creación de valor a la imaginación, el talento, la inspiración o la capacidad de cada persona para inventar e innovar.

Precisamente, el 4 de diciembre pasado se presentó al ministro de Economía de Francia un extenso informe: «La economía de lo inmaterial», coordinado por Maurice Lévy y Jean-Pierre Jouyet, encabezando una treintena de prestigiosos técnicos, profesores y pensadores de los más variados ámbitos científicos y culturales. Un trabajo (¡también inmaterial!) de un año, plasmado en 170 páginas, que recoge 70 proposiciones sin color político: «son las de Francia y del optimismo, tienen por única ambición poner el capital humano en el corazón de la producción de riqueza, de ayudar así a encontrar un punto de crecimiento suplementario y crear más empleo», afirman. Terminan recomendando la creación de una agencia de los activos inmateriales públicos para su rentabilidad.

Los trabajadores del conocimiento. Lévy y Jouyet pedían en el diario «Le Figaro», el 10 de diciembre: «volver a redefinir la jornada semanal de trabajo y suavizar las reglas de jubilación cuando éstas impiden la creatividad de los más experimentados». ¿Por qué? Porque las ideas se presentan por la noche; también vienen bajo la ducha; hasta pueden llegar a surgir repentinamente en domingo, como este artículo. Lo saben muy bien los profesores e investigadores universitarios. También continúan naciendo ideas después de la edad legal de la jubilación. Me gustaría saber la incidencia tan enorme que supone, en la cadena de creación de valor de RTVE, las jubilaciones anticipadas de sus 4.000 empleados con más de 50 años de edad. Asturias sabe mucho de estos dolorosos procesos.

Hace 25 años, el respetado profesor Álvaro Cuervo, maestro de tantos economistas, hablaba del comportamiento y la racionalidad en la toma de decisiones por las personas de una organización, recomendándonos leer al premio Nobel de Economía 1978, Herbert Simon. Para la Universidad, el Hospital, los Bomberos o el restaurante de la esquina, su principal recurso son las personas. Su talento es el verdadero origen de una ventaja competitiva y el instrumento para lograr ingresos futuros. Los puristas dicen recurso y no activo, porque aquél se evalúa y éste se valora.

Hay toda una corriente de pensamiento que quiere registrar, en las cuentas anuales, hasta la reputación de las organizaciones, ya sean públicas o privadas. Si el lector está empezando a quedar perplejo le diré que la idea no es tan descabellada y que la valoración de los activos intangibles es un ejercicio conocido.

El valor razonable.Los iniciados en las prácticas contables contestarán que, para los principios convencionales, sólo se registra el precio del coste de adquisición o construcción y con estos conceptos no suele haber transacción efectiva alguna. Sin embargo, la nuevas Normas Internacionales de Información Financiera (NIIF) aceptan, como criterio de valoración de los activos, el «valor razonable», definido como el importe por el cual dos partes interesadas, debidamente informadas e independientes intercambiarían un bien.

En efecto, las NIIF son obligatorias en la Unión Europea para presentar información consolidada en las empresas a partir del ejercicio 2005, que no tardará en llegar a la totalidad del sector público. La preocupación por la reforma contable es tal que, el miércoles pasado pude ver un aula de la Facultad de Económicas llena a rebosar, como ya no recordaba, con alumnos de pie compartiendo interés con los profesionales, para escuchar una conferencia impartida por el catedrático madrileño Enrique Corona.

Estas nuevas normas, que se pretenden concretar a través de un proyecto de ley que se debate en el Congreso, son de orientación anglosajona y suponen una mejora en la cantidad de información que las compañías deben proporcionar. Sin embargo, se conciben con criterios valorativos y de clasificación alejados de la tradicional visión contable prudente, que descansaba en la idea de protección de los acreedores y el propietario de la empresa y que supeditaba todo a una correcta medición de sus resultados económicos.

La introducción del «valor razonable» en nuestro mundo contable latino es consecuencia natural de cierta práctica empresarial acostumbrada a valorar así sus inversiones y conocer de esta manera su situación financiera «real». Pero las cosas están cambiando y conviene distinguir la prudencia del simple conservadurismo.

Muchos bienes, materiales o no, podrán reflejarse en la contabilidad a su valor razonable abriendo, todos los años, la puerta de nuevos maquillajes. El papel de los auditores privados vuelve a ser crucial como garantes de la información financiera, advirtiendo, como decía Antonio Machado, que «todo necio confunde valor y precio».

Antonio Arias Rodríguez, síndico de Cuentas del Principado de Asturias.